Jesús le está dirigiendo a los apóstoles sus grandes e intensos discursos de despedida y les asegura que, entre otras cosas, ellos lo volverán a ver, porque él se manifestará a aquellos que lo aman. Judas, no el Iscariote, le pregunta entonces por qué se habría de manifestar a ellos y no en público. El discípulo deseaba una gran manifestación externa de Jesús que, a su criterio, habría podido cambiar la historia y ser más útil para la salvación del mundo. Los apóstoles pensaban, en efecto, que Jesús era el profeta tan esperado de los últimos tiempos, el cual habría hecho su aparición revelándose ante todos como el Rey de Israel y que, poniéndose a la cabeza de su pueblo, instauraría definitivamente el Reino del Señor. Jesús, en cambio, le contesta que su manifestación no se daría de modo espectacular ni exterior. Habría sido, en cambio, una simple y extraordinaria “venida” de la Trinidad al corazón del fiel, que se realiza allí donde hay fe y amor. Con esta respuesta Jesús aclaraba de qué modo permanecería presente en medio de los suyos después de su muerte explicando, además, cómo se podría estar en contacto con él.
«El que me ama será fiel a mi palabra, y mi Padre lo amará; iremos a él y habitaremos en él».
Su presencia en los cristianos y en medio de la comunidad se puede realizar ya desde ahora; no es necesario esperar al futuro. El templo que le da cabida no es tanto el de material, con sus paredes, sino el propio corazón del cristiano que así se convierte en el nuevo tabernáculo, morada viviente de la Trinidad.
«El que me ama será fiel a mi palabra, y mi Padre lo amará; iremos a él y habitaremos en él».
Pero ¿cómo hace el cristiano para llegar a tanto? ¿Cómo puede tener a Dios en sí mismo? ¿Cuál es el camino para llegar a esta profunda comunión con él? Es el amor a Jesús. Un amor que no es mero sentimentalismo, sino que se traduce en vida concreta y, más precisamente, en observar su Palabra. A este amor del cristiano, verificado en los hechos, Dios le responde con su amor: la Trinidad viene a habitar en él.
«El que me ama será fiel a mi palabra, y mi Padre lo amará; iremos a él y habitaremos en él».
“… será fiel a mi palabra”. ¿A qué palabras está llamado a ser fiel el cristiano? En el Evangelio de Juan “mis palabras” son a menudo sinónimo de “mis mandamientos”. El cristiano está llamado, entonces, a ser fiel a los mandamientos de Jesús. Estos, sin embargo, no deben ser entendidos tanto como un catálogo de leyes. Más bien hay que verlos todos sintetizados en ése que Jesús ilustró con el lavado de los pies: el mandamiento del amor recíproco. Dios ordena a cada cristiano amar al otro hasta la entrega completa de sí mismo, como Jesús enseñó e hizo.
«El que me ama será fiel a mi palabra, y mi Padre lo amará; iremos a él y habitaremos en él».
¿Cómo vivir bien esta Palabra, entonces? ¿Cómo llegar al punto en el cual el mismo Padre nos ame y la Trinidad establezca su morada en nosotros? Precisamente realizando con todo nuestro corazón, con radicalidad y perseverancia, el amor recíproco entre nosotros. Principalmente en esto el cristiano encuentra también el camino de esa profunda ascética cristiana que el Crucificado espera de él. Es allí, en efecto, en el amor recíproco, que en su corazón florecen las distintas virtudes y es allí que puede corresponder al llamado de la propia santificación
Chiara Lubich
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