Lucas escribe su Evangelio cuando ya han comenzado las persecuciones contra los primeros cristianos. Sin embargo, como toda palabra de Dios, ésta tiene que ver con los cristianos de todos los tiempos y con su existencia cotidiana. Contiene una advertencia y una promesa. La primera se refiere más a la vida presente y, la otra, más a la futura. Ambas se verifican puntualmente en la historia de la Iglesia y en las vicisitudes personales de quien trata de ser un discípulo fiel de Cristo. Si uno lo sigue a él es normal que sea odiado. Es el destino, en este mundo, del cristiano coherente. No hay que hacerse ilusiones, y Pablo nos lo recuerda: “Los que quieran ser fieles a Dios en Cristo Jesús, tendrán que sufrir persecución”. Jesús explica el motivo: “Si ustedes fueran del mundo el mundo los amaría como cosa suya. Pero como no son del mundo, sino que yo los elegí y los saqué de él, el mundo los odia”. Siempre habrá oposición, choque, entre el modo de vivir del cristiano y el de la sociedad que rechaza los valores del Evangelio. Oposición que puede derivar en una persecución más o menos manifiesta o bien en una indiferencia que hace sufrir.
«Serán odiados por todos a causa de mi Nombre. Pero ni siquiera un cabello se les caerá de la cabeza.»
Es decir, entonces, que estamos sobre aviso. Cuando, de una manera que nos resulta incomprensible, fuera de toda lógica o sentido común, recibimos odio a cambio del amor que hemos tratado de dar, esto no tendría que desconcertarnos, escandalizarnos o maravillarnos. No sería más que la manifestación de esa oposición que existe entre el hombre egoísta y Dios. Pero es también la garantía de que vamos por el buen camino, el mismo que ha recorrido el Maestro. Por lo tanto es tiempo de alegrarse y dar gracias. Eso es lo que Jesús quiere: “Felices, ustedes, cuando sean insultados y perseguidos (…) a causa de mí. Alégrense y regocíjense”. Sí, lo que en ese momento tiene que dominar en el corazón es la alegría, esa alegría que es la nota característica, el distintivo de los verdaderos cristianos en cualquier circunstancia. Por otra parte no olvidemos que también son muchos los amigos, entre los hermanos y las hermanas de fe, cuyo amor es fuente de consuelo y de fuerza.
«Serán odiados por todos a causa de mi Nombre. Pero ni siquiera un cabello se les caerá de la cabeza.»
Por otra parte, está también la promesa de Jesús: “Ni siquiera un cabello se les caerá de la cabeza”. ¿Qué significan estas palabras? Jesús repite un proverbio de Samuel4 y lo aplica al destino final de sus discípulos para asegurarles que, aún teniendo verdaderos sufrimientos, dificultades reales a causa de las persecuciones, tenemos que sentirnos completamente en las manos de Dios que es un Padre para nosotros, conoce todas nuestras cosas y no nos abandona nunca. Si dice que no caerá ningún cabello de nuestra cabeza, quiere darnos la seguridad de que él mismo se ocupará de cada preocupación, por mínima que sea, de nuestra vida, de nuestras personas queridas y de todo lo que llevamos en el corazón. ¡Cuántos mártires, conocidos y desconocidos, han encontrado en esas palabras de Jesús la fuerza y la valentía para afrontar privaciones de derechos, divisiones, marginaciones, desprecio, hasta la muerte violenta, a veces, con la certeza de que el amor de Dios ha permitido cada cosa por el bien de sus hijos!
«Serán odiados por todos a causa de mi Nombre. Pero ni siquiera un cabello se les caerá de la cabeza.»
Si sentimos que somos blanco del odio y de la violencia, que estamos a merced de la prepotencia, ya sabemos cuál es la actitud que Jesús nos ha indicado: tenemos que amar a los enemigos, hacer el bien a quien nos odia, bendecir a quien nos maldice, rezar por quien nos maltrata. Es necesario ir al contraataque y vencer al odio con el amor. ¿Cómo? Amando primero nosotros. Y estando atentos de no “odiar” a nadie, ni siquiera de manera oculta o sutil. Porque, en el fondo, este mundo que rechaza a Dios, tiene necesidad de él, de su amor, y es capaz de responder a su llamado. En conclusión, ¿cómo vivir esta Palabra de vida? Alegrándonos cuando descubrimos que somos dignos del odio del mundo, garantía de que seguimos de cerca a Jesús, y poner amor, con hechos, allí, precisamente allí donde está la fuente del odio.
Chiara Lubich
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