El pueblo de Israel, exiliado en Babilonia, mira el pasado con nostalgia, el tiempo glorioso en el cual Dios intervino con poder y liberó a sus antepasados, esclavos en Egipto. La tentación es la de pensar: Dios ya no mandará otro Moisés, ya no obrará esos grandes prodigios que hacía en un tiempo y nosotros tendremos que permanecer por siempre en esta tierra extranjera.
En cambio, el rey persa Ciro, en el 539 a.C. libera al pueblo elegido, cuyo retorno a la tierra prometida será aún más extraordinario que el éxodo de Egipto.
¡Dios no se repite nunca! Su amor es capaz de obrar cosas mucho más grandes que las realizadas en el pasado, cosas que no podemos siquiera imaginar. Por eso pone en los labios del profeta Isaías la invitación:
«No se acuerden de las cosas pasadas, no piensen en las cosas antiguas: yo estoy por hacer algo nuevo»
Además Isaías, al final de su libro, anuncia un futuro más luminoso que nunca: la creación de cielos nuevos y de una nueva tierra. Lo que Dios realizará será tan grande que “no quedará el recuerdo del pasado, ni se lo traerá a la memoria”.
También el apóstol Pablo, remitiéndose a las palabras de Isaías, anunciará la inimaginable intervención de Dios en nuestra historia. En la muerte y resurrección de Jesús, Dios hace nueva a la criatura humana, la recrea en su Hijo para una vida nueva. Por otra parte, en el Apocalipsis, al final de la historia, Dios anuncia que todo el cosmos será recreado: “Yo hago nuevas todas las cosas”.
Las palabras de Isaías recorren toda la Biblia y también nos hablan a nosotros hoy:
«No se acuerden de las cosas pasadas, no piensen en las cosas antiguas: yo estoy por hacer algo nuevo»
Somos nosotros ese “algo nuevo”, la “nueva creación” que Dios ha generado. A través de su Hijo, que llega a nosotros en sus Palabras y en todos sus dones, ha hecho nuevos nuestro ser y nuestro obrar: es Jesús mismo el que ahora vive y obra en nosotros. El es el que renueva nuestras relaciones con los demás: en la familia, en la escuela, en el trabajo. El es quien regenera, a través de nosotros, la vida social, el mundo de la cultura, de la diversión, de la salud, de la economía, de la política… en una palabra, de todos los sectores de la actividad humana en los que estamos involucrados.
No miremos más al pasado para quedarnos añorando lo hermoso que fue aquello o para llorar nuestros errores: creamos firmemente en la acción de Dios, que puede seguir realizando “cosas nuevas”.
Dios nos ofrece la posibilidad de volver a recomenzar siempre. Nos libera de los condicionamientos y de las cargas del pasado. La vida se simplifica, se vuelve más llevadera, más pura, más fresca. También nosotros, al igual que el apóstol Pablo, olvidando el pasado, estaremos libres de correr hacia Cristo, hacia la plenitud de la vida y de la felicidad.
«No se acuerden de las cosas pasadas, no piensen en las cosas antiguas: yo estoy por hacer algo nuevo»
¿Cómo vivir entonces esta Palabra? Tratemos de realizar con amor lo que Dios quiere de nosotros en cada momento presente de la jornada: estudiar, trabajar, atender a los hijos, rezar, jugar… cortando con todo lo que en ese momento no es Voluntad de Dios. De esta manera permaneceremos siempre abiertos a lo que él quiera obrar en nosotros y fuera de nosotros, y estaremos dispuestos a recibir esa gracia particular que nos ofrece siempre, para cada momento presente.
Viviendo de esta manera, ofreciendo cada acción a Dios, diciéndole explícitamente “es por ti”, Jesús vivirá en nosotros y realizará siempre obras que permanecen.
Chiara Lubich
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