Movimiento de los Focolares

junio 2008

May 31, 2008

“Quien guarda sus mandamientos permanece en Dios y Dios en él” (1 Jn. 3, 24)

Es suficiente con amar

Cuando se ama se querría estar siempre con la persona amada. Dios también tiene ese deseo, porque es Amor. Nos creó para que pudiéramos encontrarlo. No seremos plenamente felices hasta que no alcancemos una íntima unión con él, el único que puede saciar nuestro corazón. Bajó del cielo para estar con nosotros e introducirnos en su comunión.
Juan, en su carta, habla de “permanecer” el uno en el otro, Dios en nosotros y nosotros en él, recordando la exigencia más profunda que Jesús manifestó en la última cena: “Permanezcan en mí y yo en ustedes”. Así había dicho el Maestro, explicando con la alegoría de la vid y de los sarmientos lo fuerte que es el vínculo que nos une a él. (1)
¿Cómo podemos alcanzar la unión con Dios? Juan no demuestra perplejidad: basta con observar sus mandamientos:

“Quien guarda sus mandamientos permanece en Dios y Dios en él”

¿Son muchos los mandamientos que hay que observar para llegar a esta unidad? No, desde el momento en que Jesús los condensó en un solo mandato. “Este es mi mandamiento – recuerda Juan antes de anunciar la Palabra de vida que elegimos para este mes–: que creamos en el nombre de su Hijo Jesucristo y que nos amemos unos a otros tal como nos mandó.” (2)
Que creamos en Jesús y nos amemos como él nos amó: he aquí el único precepto. Si la existencia humana encuentra su cumplimiento cuando Dios habita entre nosotros, hay un solo modo para llegar a ser nosotros mismos: amar. Juan está tan convencido que sigue repitiéndolo durante toda su carta: “quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él” (3); “si nos amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros…” (4).
Con respecto a esto, la tradición cuenta que cuando era ya anciano y le preguntaban sobre las enseñanzas del Señor, repetía siempre las palabras del mandamiento nuevo. Si le preguntaban por qué Juan no hablaba de otras cosas, respondía: “¡Porque es el mandamiento del Señor! Si se lo practica, es suficiente.”
Del mismo modo sucede con cada Palabra de Vida: conduce irremediablemente a amar. No podría ser de otra forma, porque Dios es Amor y su Palabra contiene al amor, lo expresa y, si se la vive, transforma todo en amor.

“Quien guarda sus mandamientos permanece en Dios y Dios en él”

La Palabra de este mes nos invita a que creamos en Jesús, a que adhiramos con todo nuestro ser a su Persona y a su enseñanza. A que creamos que él es el amor de Dios – como nos enseña Juan en esta carta – y que por amor dio la vida por nosotros . Que creamos en él aun cuando parezca lejano, cuando no lo sintamos, cuando se presenten dificultades o llegue el dolor…
Si nos fortalecemos con esta fe, sabremos vivir siguiendo su ejemplo y, obedeciendo a su mandamiento, sabremos amarnos como él nos amó. Amar aún cuando el otro no nos parezca amable, cuando tengamos la impresión de que nuestro amor es inadecuado, inútil; cuando no es correspondido. De esta forma haremos revivir nuestros vínculos, cada vez más sinceros, más profundos, y nuestra unidad permitirá que Dios habite entre nosotros.

“Quien guarda sus mandamientos permanece en Dios y Dios en él”

“Durante los primeros años de matrimonio, mi marido y yo estábamos enamorados y era muy fácil la relación entre nosotros. Este último tiempo él está muy cansado y estresado. En Japón el trabajo pesa en las espaldas de un hombre como si fuera un yugo.
Una noche, al regresar del trabajo, se sentó a la mesa a cenar. Intenté sentarme junto a él, pero me gritó que me fuera: ‘¡No tienes derecho a comer, porque no trabajas!’. Me pasé la noche llorando, rumiando la idea de irme de casa, de separarme. Al día siguiente me asaltaban mil pensamientos: ‘Me equivoqué casándome con él, no puedo más vivir a su lado’.
Esa tarde hablé con algunas amigas con quienes comparto mi vida cristiana. Me escucharon con amor y de la comunión con ellas reencontré la fuerza y la valentía necesarias para seguir. Una vez más, le preparé la cena mi marido. A medida que se acercaba la hora de que volviera a casa, mi temor aumentaba: ¿cómo reaccionará hoy? Pero una voz adentro me decía: ‘Acoge este dolor, no aflojes. Sigue amando’. Abrió la puerta y vi que me había traído una torta: ‘Perdóname – me dijo – por lo que pasó ayer”.

Chiara Lubich

1 Cf. Jn. 15, 1-5
2 1 Jn. 3, 23
3 Ibid. 4, 16
4 Ibid. 4. 12

 

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