¿Lo recuerdas? Es la palabra que Jesús le dirige al Padre en el monte de los Olivos y da sentido a su pasión, seguida de la resurrección. Expresa en toda su intensidad el drama que Jesús vive en su interior. Es la laceración interior provocada por la repugnancia profunda de su naturaleza humana de frente a la muerte querida por el Padre.
Pero Cristo no esperó ese día para adecuar su voluntad a la de Dios. Lo hizo toda su vida.
Si ésta fue la conducta de Cristo, ésta debe ser la actitud de todo cristiano. También tú debes repetir en tu vida:
“Que no se haga mi voluntad, sino la tuya”.
Tal vez hasta ahora no lo has pensado, aunque seas bautizado, aunque seas hijo de la Iglesia.
Tal vez redujiste esta frase a una expresión de resignación, que se pronuncia cuando no se puede hacer otra cosa. Pero no es ésta su verdadera interpretación.
Mira, en la vida puedes elegir dos direcciones: hacer tu voluntad o libremente elegir hacer la voluntad de Dios.
Y tendrás dos experiencias: la primera, te desilusionará pronto, porque quieres treparte al monte de la vida con tus ideas limitadas, con tus medios, con tus pobres sueños, con tus fuerzas.
De aquí, antes o después, la experiencia de la rutina de una existencia que conoce el aburrimiento, lo inacabado, lo opaco y, a veces, la desesperación.
De aquí, una vida chata, aunque quieras hacerla colorida, que no te satisface nunca en lo íntimo, lo más profundo de ti.
De aquí, al final, una muerte que no deja huella: alguna lágrima y el inexorable total universal olvido.
La segunda experiencia: aquella en la que repites también tú:
“Que no se haga mi voluntad, sino la tuya”.
Verás: Dios es como sol. Del sol parten muchos rayos que besan a cada uno de los hombres. Son la voluntad de Dios sobre ellos. En la vida, el cristiano, y también el hombre de buena voluntad, está llamado a caminar hacia el sol, en la luz de su propio rayo, diferente y distinto de todos los demás. Y cumplirá el maravilloso, particular designio que Dios tiene sobre él.
Si también tú haces así, te sentirás envuelto en una divina aventura jamás soñada. Serás actor y espectador al mismo tiempo de algo grande, que Dios obra en ti y, a través de ti, en la humanidad.
Todo lo que te suceda, como dolores y alegrías, gracias y desgracias, hechos notables (éxitos y buena suerte, accidentes o muertes de personas queridas), hechos insignificantes (el trabajo cotidiano en casa, en la oficina o en la escuela) todo, todo adquirirá un significado nuevo, porque te es ofrecido por la mano de Dios que es Amor. Él quiere, o permite, todo para tu bien. Y aunque primero lo pienses solamente por la fe, después verás con los ojos del alma un hilo de oro que liga acontecimientos y cosas y compone un magnífico bordado. El designio, justamente, de Dios sobre ti.
Tal vez esta perspectiva te atrae. Tal vez quieres sinceramente dar un sentido más profundo a tu vida.
Entonces escucha. Antes que nada te diré cuándo tienes que hacer la voluntad de Dios.
Piensa un poco: el pasado se fue y no puedes recuperarlo. No te queda más que ponerlo en la misericordia de Dios. El futuro todavía no existe. Lo vivirás cuando se vulva actual. En la mano tienes solamente el momento presente. Es en éste que debes tratar de cumplir la palabra:
“Que no se haga mi voluntad, sino la tuya”.
Cuando quieres hacer un viaje – y la vida es también un viaje – estás tranquilo en tu asiento. No se te ocurre caminar por el vagón para adelante y para atrás.
Así haría quien quiere vivir la vida soñando un futuro que todavía no existe, o pensando en el pasado que jamás volverá.
No: el tiempo camina por sí mismo. Hace falta estar quietos en el presente y llegaremos al cumplimiento de nuestra vida aquí abajo.
Me preguntarás: ¿Cómo hago para distinguir la voluntad de Dios de la mía?
En el presente no es difícil saber cuál es la voluntad de Dios. Te indico un camino. Escucha dentro de ti: hay una voz sutil, quizás por ti sofocada demasiadas veces y que se ha vuelto casi imperceptible. Pero escúchala bien: es voz de Dios2 . Ella te dice que ése es el momento de estudiar, o de amar a quien necesita, o de trabajar, o de superar una tentación, o de seguir tu deber de cristiano, u otro de ciudadano. Ella te invita a escuchar a alguien que te habla en nombre de Dios, o a afrontar con valentía situaciones difíciles…
Escucha, escucha. No la hagas callar. Es el tesoro más precioso que posees. Síguela.
Y entonces, momento tras momento, construirás tu historia, que es historia humana y divina al mismo tiempo, porque está hecha por ti en colaboración con Dios. Y verás maravillas: verás lo que puede hacer Dios en una persona que dice, con toda su vida:
“Que no se haga mi voluntad, sino la tuya”.
Chiara Lubich
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