¿Puedes imaginar un sarmiento separado de la vid? No tiene futuro, nin-guna esperanza, ha dejado de ser fecundo y no le queda más que secarse para que lo quemen.
Imagina a qué muerte espiritual estás destinado, como cristiano, si no permaneces unido a Cristo. Da miedo. Aunque trabajes mucho de la maña-na a la noche, aunque creas ser útil a la humanidad, aunque tus amigos te aplaudan, aunque tus bienes terrenales crezcan, aunque hagas sacrificios notables…la esterilidad es completa. Todo ello podrá tener sentido para ti en esta tierra, pero no significa nada para Cristo y en función de la eternidad. Y es la vida que más importa.
“Yo soy la vid, ustedes los sarmientos. El que permanece en mí, y yo en él, da mucho fruto, porque separados de mí, nada pueden hacer”.
¿Cómo puedes permanecer en Cristo y Cristo en ti? ¿Cómo ser un sarmiento verde y lozano de la vid?
En primer lugar, es necesario que creas en Cristo. Pero no basta. Tu fe tiene que influir en la dimensión concreta de la vida: debes vivir conforme a esta fe, poniendo en práctica las palabras de Jesús. Por lo tanto, no puedes descuidar los medios divinos que Cristo te dejó, mediante los cuales obtener o ganar nuevamente la unidad con él, eventualmente quebrada. Aún así, Cristo todavía no te sentirá bien unido a él si no te esfuerzas por estar injer-tado en tu comunidad eclesial, en tu Iglesia local.
“Yo soy la vid, ustedes los sarmientos. El que permanece en mí, y yo en él, da mucho fruto, porque separados de mí, nada pueden hacer”.
“El que permanece en mí, y yo en él”. ¿Adviertes que Cristo habla de la unidad tuya con él, pero también de la suya contigo? Si estás unido a él, él está en ti, está en lo íntimo de tu corazón, y nacen una relación y un colo-quio de amor recíproco, una colaboración entre Jesús y tú, discípulo suyo.
La consecuencia es dar mucho fruto, tal como un sarmiento bien unido a la vid da racimos sabrosos. “Mucho fruto” significa que tendrás una verdadera fecundidad apostólica, es decir, la capacidad de abrir los ojos de muchos a las palabras únicas y revolucionarias de Cristo; y estarás en condiciones de darles la fuerza para seguirlo. “Mucho fruto” significa “mucho”, y no “poco”. Esto puede querer decir que sabrás llevar a las personas que te rodean una corriente de bondad, de comunión, de amor recíproco.
“Yo soy la vid, ustedes los sarmientos. El que permanece en mí, y yo en él, da mucho fruto, porque separados de mí, nada pueden hacer”.
Pero “mucho fruto” no significa sólo el bien espiritual y material de los de-más, sino también el tuyo: crecer interiormente, santificarte personalmente depende de tu unión con Cristo.
Santificarte. Quizás esta palabra, en los tiempos que corren, te parecerá un anacronismo, una inutilidad o una utopía. No es así. Los tiempos presen-tes pasarán y con ellos las miradas parciales, erradas, contingentes. Queda-rá la verdad. Hace dos mil años Pablo, el Apóstol decía claramente que Dios quiere para todos los cristianos la santificación. Teresa de Ávila, doctora de la Iglesia, está segura de que cualquiera, incluso el hombre común y corrien-te, puede alcanzar la más alta contemplación. El Concilio Vaticano II afirma que todo el pueblo de Dios está llamado a la santidad.
Estas son voces certeras. Trata, entonces, de recoger en tu vida también el “mucho fruto” de la santificación que será posible sólo si estás unido a Cristo.
“Yo soy la vid, ustedes los sarmientos. El que permanece en mí, y yo en él, da mucho fruto, porque separados de mí, nada pueden hacer”.
¿Observaste que Jesús ve el fruto como consecuencia del “perma-necer” unidos a él?
Podrías caer en el error de muchos cristianos: activismo, activismo, obras, obras…por el bien de los demás, sin darse tiempo para considerar si están realmente unidos a Cristo. Se trata de un error: creer que se da mucho fruto, pero no es lo que Cristo en ti y contigo puede dar.
Para dar un fruto duradero, que lleve el sello divino, es necesario perma-necer unidos a Cristo; y cuanto más permanezcas unido a él, mucho más fruto darás.
Además, el verbo empleado por Jesús, “permanecer”, da la idea no tanto de momentos en los que se da fruto, sino de un estado permanente de fe-cundidad. De hecho, si conoces a personas que viven de esta manera, ve-rás que tal vez con una simple sonrisa, con una palabra, con el comporta-miento cotidiano, con la actitud frente a las distintas situaciones de la vida, llegan a los corazones y, a veces, provocan un encuentro con Dios.
Algo similar sucedió con los santos. Pero no debemos desalentarnos, por-que también los cristianos comunes pueden dar fruto.
“Yo soy la vid, ustedes los sarmientos. El que permanece en mí, y yo en él, da mucho fruto, porque separados de mí, nada pueden hacer”.
Estamos en Portugal. María del Socorro, terminada la secundaria, entró a la universidad. El ambiente es difícil. Muchos de sus compañeros se enfren-tan, siguiendo sus ideologías, y cada uno quiere arrastrar detrás de sí a los que todavía no se definen. María sabe bien cuál es su camino, aunque no sea fácil explicarlo: seguir a Jesús y permanecer unida a él. Sus compañe-ros la tildan de poco definida, carente ideales. No conocen sus ideas. A ve-ces sintió un cierto reparo, sobre todo al entrar en la iglesia. Pero sigue yen-do porque siente que tiene que permanecer unida a Jesús.
Se acerca la Navidad. María se da cuenta de que algunos de sus compa-ñeros no van a poder viajar a sus casas porque viven demasiado lejos, y les propone a los demás hacerles un regalo a los que no se quedan. Se sor-prende mucho cuando todos aceptan.
Luego llegan las elecciones universitarias y otra sorpresa: es elegida re-presentante de su curso. Pero el estupor es más fuerte todavía cuando oye decir: “Es lógico que te hayan elegido porque eres la única que tiene una lí-nea precisa, que sabe lo que quiere y cómo realizarlo”. Algunos se interesa-ron por su ideal y quisieron vivir como ella. Un buen fruto de la perseveran-cia de María del Socorro en el permanecer unida a Jesús.
Chiara Lubich
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