Se encuentran con las personas, reducen las distancias, conectan, unen. Son los “focolares temporales”, pequeños grupos, conformados por jóvenes y adultos, de las distintas vocaciones del Movimiento de los Focolares, que por un breve período (una semana, hasta un mes), parten para visitar a comunidadeslejanas, muchas veces radicadas en áreas aisladas. Más de cuarenta viajes sólo en los últimos meses: Sri Lanka, Islas Azores,Vietnam,Santo Domingo,Brasil,Tanzania… Viajes “autofinanciados” a través de las más variadas iniciativas y a menudo, con grandes sacrificios. En general, la iglesia local o la misma comunidad ofrecen los alojamientos. Cada viaje cuenta una historia distinta, pero todos poseen un común denominador: como “focolares” temporales que son, encienden nueva vida. Idalina y Toni son una familia de Portugal. Junto con otras siete personas, entre las cuales dos jóvenes, en el mes de agosto viajaron a Saurimo, en Angola. «Nos alojamos en la casa del arzobispo. Compartimos con él las comidas y muchos otros momentos del día». Durante las dos semanas de su estadía, estrecharon muchas relaciones con adultos y chicos de la comunidad: «Al final de los quince días, nos preguntaban cuándo volveríamos. El arte de amar de Chiara Lubich es un gran descubrimiento para todos». A su regreso, después de un mes de estadía entre los pueblos autóctonos de los Territorios del Noroeste, en Canadá, Father Harry Clarke (sacerdote de British Columbia, provincia occidental de Canadá), Marilena y Mike Murray (una pareja de esposos de Washington DC), María Santana (Montreal) y Ljubica Dekic (Toronto) escriben: «En Yellowknife, capital de la región y sede de la diócesis, nos recibió el Obispo emérito, quien pasó toda su vida entre las poblaciones autóctonas del norte. Desde ahí y luego de un viaje de 40 minutos en avión, llegamos a Wha Ti, una de las cuatro aldeas de la tribu Tlich. Nos hospedamos en la casa de la parroquia. La gente de la aldea es sencilla y muy reservada. Uno de los problemas de la tribu es la falta de comunicación entre los ancianos, arraigados a la cultura indígena, y los jóvenes, que ya no hablan el idioma de la tribu. Alcoholismo, juego de azar y drogas complican la situación. Nosotros presentamos la espiritualidad de la unidad. Luego nos dedicamos a las distintas actividades de la pequeña comunidad católica para niños y adultos. Las circunstancias nos pusieron en contacto con dos luteranos y una pareja de menonitas en misión, y así surgió una hermosa colaboración. Desplazándonos en canoa a lo largo del río, participamos de los eventos de la tribu, que precisamente en ese período reunía a la asamblea anual de las aldeas. De este viaje conservamos sobre todo las historias de vida, los problemas, las relaciones de confianza que se construyeron». En Bambio, a 300 kilómetros de Bangui, en la República Centroafricana, un “focolar temporal” encontró a un grupo de pigmeos que desde hace veinte años conoce y vive el Ideal de la unidad. Fidelia escribe: «¡Es impresionante entrar en sus aldeas y oir que te saludan con un “ciao” (hola en italiano)! Los pigmeos tienen muchos valores: la fidelidad, la monogamia, la pureza, el sentido del sacro. Nos contaron sus experiencias sobre el “arte de amar” y la Palabra de vida. Cada aldea eligió un día de la semana para encontrarse, de 6 a 8 de la mañana, antes de empezar las actividades. Nos decían: “El focolar nos ha enseñado a vivir, a amar, a hacernos uno con los demás. Ya no hay ustedes y nosotros, somos todos nosotros. Los pigmeos no se mezclan con los demás porque nos miran feo. Sin embargo los focolares nos han considerado iguales y han venido a vivir con nosotros, a compartir nuestras alegrías y sufrimientos. No nos piden que nos convirtamos al catolicismo, sino que nos enseñan a amar”. Y añaden: “Nosotros, pigmeos, tenemos muchas costumbres en nuestra tradición. Pero desde que somos “de los focolares”, dejamos caer algunas. Por ejemplo, cuando mi hijo se enfermó, no fui donde el chamán como hacía antes, sino que lo llevé al hospital. Apenas los focolarinos se enteraron, vinieron a ayudarme hasta que se repuso”». La gratitud y el enriquecimiento son grandes, tanto en quien parte como en quien se queda, mientras crece la conciencia de que somos una única familia.
Poner en práctica el amor
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