«Acabamos de llegar después de haber transcurrido tres días entre los refugiados Karen, en Mae Sot, en la frontera con Myanmar. Una experiencia muy fuerte, como todas las experiencias en contacto con el dolor de las personas». Quien escribe es Luigi Butori. Desde hace muchos años vive en el sudeste asiático, en uno de los focolares de la región. «Cargamos en la furgoneta más de 30 cajas, llegadas de Italia, y partimos con Glauco y Num, un gen budista. Ya es costumbre, cada 3 o 4 meses hacemos este viaje de unos 500 km». Mae Sot es una ciudad de Tailandia occidental, cerca de la frontera con Myanmar. Es un importante nudo de conexión con el país cercano, refugio para muchos desplazados y migrantes en general. Viven en condiciones económicas y sociales pésimas. “Ésta es nuestra gente” escribe Luigi. Algunos de ellos, los que tienen un trabajo en las empresas agrícolas o en las industrias del área, son víctimas también de explotación, con salarios de hambre. Pero, siendo clandestinos, no pueden hacer valer sus derechos en materia de seguridad o de una remuneración decorosa. Una multitud de refugiados encontró amparo en los campos instalados por las numerosas organizaciones internacionales presentes en el área fronteriza, en territorio tailandés. Entre las decenas de etnias perseguidas, muchos pertenecen al pueblo Karen. Su historia es poco conocida, la de un pueblo, simple y campesino, obligado a huir. Éste es uno de los numerosos conflictos étnicos descuidados por los medios que reducen su categoría a la “de baja intensidad”. «Hacía mucho tiempo que, junto con Padre Joachim, un sacerdote birmano che vive en Mae-Sot habíamos planificado este viaje. Jim, otro focolarino de Bangkok, nos alcanzó por la mañana, luego de un viaje de 10 horas en bus, de noche, con muchos controles a lo largo de la carretera. Cada vez, llegando a Mae Sot, parece que entramos en otro mundo, donde los valores cambian. En lugar del consumismo y de las comodidades, nos acercamos a personas que no tienen nada, pero que están felices de lo poco que reciben de nosotros, y que nos llega de muchos amigos, cercanos y lejanos. Saben que venimos sólo por amor: “Para nosotros, el amor que nos traen es la razón para seguir viviendo y esperando”, nos dijeron en varias ocasiones. Comimos juntos los mismos alimentos que comían ellos y ya éste es un testimonio que habla por sí solo. Una noche fuimos en medio de los campos, podría decir en medio de la nada, con nuestra furgoneta que casi se hundía en el barro, rodeados por el maíz. Y todo esto para recoger a una familia católica y luego volver a partir hacia otro lugar, donde nos esperaban unos cuarenta católicos, para la S. Misa. Estaba oscuro, llovía y el lugar estaba repleto de mosquitos. Estábamos bajo una cubierta de una gran cabaña con una pequeña luz. Pensé espontáneamente en las bellas catedrales de Roma, donde viví por cinco años, pensé en los frescos, los órganos y las luces. Esa cabaña abierta, con tantos mosquitos, con esa luz tan tenue y todos nosotros sentados en el piso, me-nos pareció una basílica romana. Porque Jesús estaba ahí espiritualmente con nosotros, en medio de esa gente que no tiene nada». Desde hace algunos años, Luigi es el anillo de conexión de un hermanamiento que une a los niños Karen de Mae Sot con los de Latina y con grupos de Lucca (Italia) y Poschiavo (Suiza). Con los fondos y los enseres recogidos se pudo construir y poner en marcha una pequeña escuela, llamada “Gota tras gota”. «Nosotros del cuarto grado, nos encontramos con Luigi – escribían los estudiantes de la escuela primaria “C. Goldoni” de Latina –. Estábamos felices de volverlo a ver, pero sobre todo curiosos de tener noticias de nuestros amigos Karen y de su escuela. Él nos trajo fotos e informaciones acerca de cómo proceden las cosas allá. Nos quedamos sorprendidos viendo que lo que a nosotros nos parece completamente normal (un baño, un puente de madera) para ellos es algo fundamental que puede mejorar su vida cotidiana. Gracias al proyecto “Gota tras gota” podemos construir un puente de solidaridad con nuestros amigos lejanos».
Poner en práctica el amor
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