Los autobuses repletos de jóvenes transitaban con esfuerzo por las estrechas callejuelas que suben desde Incisa Valdarno (Florencia) hacia Loppiano. Una fila interminable e inesperada que ponía en riesgo la organización prevista, pero ¡nadie esperaba que llegaran 10.000 personas a la que que se convertiría en una gran fiesta destinada a repetirse durante años en ciudades distintas del planeta! Fue una auténtica invasión, que dejó con la boca abierta y los ojos desorbitados a los pocos habitantes de ese pequeño pueblito toscano.
¡Nació, en un día primaveral, bajo un fuerte sol que quemaba los rostros y los corazones (después de una vigilia de lluvia y viento), el primer Genfest de la historia! Y ¡yo estaba! Sí, ¡yo estaba! “Vivir para contarlo” diría, García Márquez. Recuerdo ese anfiteatro natural de Loppiano, repleto de jóvenes provenientes de Italia y de algunos países europeos (que traían a sus espaldas muchas horas de viaje), así como de representantes de muchos países del mundo. Como yo, que venía de Argentina. La fiesta de la “generación nueva” (de ahí el nombre Genfest) que se auto-convocó siguiendo la invitación de Chiara Lubich de vivir para construir un mundo unido, empezó con una canción del conjunto internacional Gen Rosso, del que formaba parte. Canciones, danzas, testimonios, intervenciones… todo era motivo de fiesta, mientras se instalaba en el corazón la certeza de que el mundo un día será unido, también gracias al aporte de cada uno de nosotros. Entre todos, se destacó la intervención del p. Pasquale Foresi quien nos leyó un mensaje de Pablo VI en el que el Papa se manifestaba complacido por el Genfest y manifestaba el augurio de que el evento “contribuyera a formar una conciencia siempre más clara de la responsabilidad que el Evangelio comporta en la propia vida”. Eran los tiempos de la contestación juvenil y el Padre Foresi presentó el Evangelio como la más grande “revolución” social. Pensé en mis primas, quienes también perseguían una revolución social, siguiendo las huellas del Che Guevara, algunos años después “desaparecidas” (se habla de 30.000 “desaparecidos” en Argentina, la mayoría jóvenes). Quizás por este hecho una canción me impresionó mucho. Había sido compuesta y cantada en la explanada dos años antes por Paolo Bampi, un joven trentino muerto poco después a causa de una grave enfermedad. Aun no habiéndolo conocido personalmente, a través de su canción, había nacido con él una relación ideal, que me parecía que me vinculaba con el Cielo: “¿Qué quieren, qué buscan… ¿Quieren un Dios? ¡Soy yo! ¿Quieren un Hombre? ¡Soy yo!”. Sentía que, como él, en Jesús había encontrado el Camino. Recuerdo que en un momento dado subió al escenario una mujer con una sonrisa serena y actitud titubeante ante el micrófono. Su silencio se esparció como una mancha de aceite en el prado y los 10.000 jóvenes parecían una sola persona. Empezó a hablar con una fuerza increíble: “Dios es amor y nos ama inmensamente”. Era Renata Borlone, una de las primeras que siguieron el camino del focolar, hoy declarada sierva de Dios. Con Antonio, también él argentino, cantamos Humanidad. “Una nueva aurora que se acerca…, despierta Humanidad, saluda al nuevo sol que se levanta…”. Concluíamos dirigiéndonos a Dios con un “grítanos bien fuerte: crean en el Amor”. Los rostros enrojecidos por el sol, a pesar de los sombreritos chinos que habíamos improvisado en tiempo récord, evidenciaban la “marca” fortísima que había quedado en nuestras almas. Regresamos con la certeza de que “se acerca una nueva aurora”, que un mundo unido es posible porque lo experimentamos entre nosotros en ese histórico 1° de mayo de 1973.Gustavo Clariá
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