«Distintas circunstancias nos indicaban que ya no podíamos quedarnos más en nuestro país, Venezuela. Armando fue despedido de su trabajo y una carta que llegó de Perú nos abría una esperanza. Parecía que Dios nos llamara allí». Con estas palabras comienza el relato de Ofelia y Armando, obligados a dejar en su patria a los hijos mayores de edad, Daniel y Felix, para encontrar una casa, trabajo y un futuro para todos en otro país. «Sin un peso en el bolsillo comenzamos a prepararnos. Nos llegó también una cantidad para enfrentar los gastos del viaje. Dejar el propio país es algo traumático. Nuestra hija había salido para Perú en octubre, y en la frontera le quitaron la computadora y la plata. Con estas premisas nos fuimos hacia la frontera». Armando y Ofelia dejaron todo, pero llevan con ellos una foto de Domenico Mangano: persona de gran fe, comprometido con la comunidad de los Focolares, del centro de Italia y político luchador, que murió en 2001 y de quien, recientemente se abrió la causa de beatificación. «Le pedimos a él que se ocupara de nuestro viaje». «Atravesaron la frontera, increíblemente, no hubo ninguna dificultad. Pasamos casi como si fuéramos invisibles, y una mujer joven, como un ángel, nos indicó lo que teníamos que hacer. Después de un único control de nuestro equipaje, pasamos, sin tener que hacer la cola de personas que se había acumulado los días anteriores. Casi no podíamos creerlo. Pensamos que era por la ayuda de Domenico, y nos confiamos nuevamente a él. Por un contratiempo llegamos a Quito y pasamos la noche en el Focolar femenino. Algunas personas de la comunidad del lugar nos llevaron a cenar y al día siguiente a pasear. Después de siete días de viaje logramos finalmente llegar a Lima». En Lima, Ofelia y Armando fueron alojados en la casa de Elba y Mario, recibieron ropa, una bolsa de comida y plata. «Visitamos ambos Focolares, fuimos al Centro Fiore para ayudar a preparar el almuerzo de Navidad que los miembros de la comunidad de Lima ofrecen a las chicas que fueron salvadas de la esclavitud blanca, que están viviendo en la casa de unas religiosas. Estaban felices. Encontramos también a Silvano y a Nilde que antes que nosotros habían dejado Venezuela. Fuimos recibidos por todos con mucho amor, nos sentimos como en una verdadera familia». «El día de Navidad una familia nos invitó a su casa, y después del almuerzo dimos un paseo. Ahora le pedimos a Dios que nos ayude a encontrar una casa y un trabajo. Vivimos muchas cosas y sabemos que Domenico y Chiara Lubich siguen ayudándonos desde allá arriba. Una noche, mientras dormíamos – continúa Ofelia- una joven con los pies descalzos y con una niña pequeña en sus brazos tocó a nuestra puerta. No era nuestra casa, pero decidimos igualmente abrirle, porque era el mismo Jesús en ella que nos interpelaba. Era la vecina del piso de arriba. Su marido estaba ebrio y la maltrataba. Nos dijo que antes de ese momento nunca se había animado a tocar en otra puerta del edificio, pero que se había fijado en nosotros, algún día antes, mientras bajábamos la escalera, y en su corazón había pensado que podría confiar. Ahora estaba allí, delante de nosotros. Armando fue a hablar con el marido, mientras que yo trataba de consolar a la joven mujer. Después de un tiempo ella pudo volver a su apartamento y ahora Armando y ese hombre están en constante contacto. Estamos felices de haber amado a Jesús en esa familia. En cuanto a nosotros, Dios nos guiará para comprender qué quiere. Pero tenemos una renovada esperanza: Estamos seguros de que el corte con nuestra familia, con nuestro país y los amigos dará sus frutos». Gustavo Clariá
Poner en práctica el amor
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