«Me encuentro por un período en Italia, para trabajar, junto con los otros jóvenes de mi edad, por el próximo Genfest 2018 en Manila». Se intensifican los preparativos del primer Genfest de la historia fuera de Europa. Al grupo internacional de chicos que está trabajando en los preparativos se unió Nelson, quien llegó a Italia en el 2017, primero a Loppiano (Florencia, Italia), después al “Centro Internacional Gen 2” en las cercanías de Roma, donde lo entrevistamos. «Provengo de El Salvador, el estado menos extenso pero más poblado de Centroamérica. Un país bellísimo, pero afectado por años por una guerra civil que duró 12 años y terminó en 1992 y que dejó todo destruido». Explica Nelson: «Después que terminó la guerra, muchas familias tuvieron necesidad de buscar un sustentamiento en otra parte y muchos padres emigraron, confiando sus hijos a parientes o a quien podía hacerse cargo de ellos. Pero en el clima de desorientación general, esto comportó que a una generación de niños y jóvenes les hizo falta una guía, o sencillamente quien se interesara por ellos verdaderamente. A esto se sumó la dificultad de hacer llegar el dinero ganado en el extranjero a su destino, en el país de origen, y muchos chicos quedaron privados de todo y empezaron a abandonar la escuela, a vagar por las calles, a buscar en la delincuencia la atención que no recibían de nadie. En breve tiempo se formaron muchos grupos criminales, reclutando a adolescentes y a chicos jovencitos, cada vez más radicales y peligrosos, cada uno con un nombre y una identidad precisa, caracterizada por símbolos, rituales de iniciación y gestos». Cada grupo se identifica con un tatuaje, que fija para siempre la pertenencia de sus miembros, los cuales no tienen la posibilidad de volver a salir, solo muertos, o en la cárcel o escapando del país. «Para erradicar aquello que al principio parecía fácil de resolver –prosigue Nelson- el gobierno puso en marcha un plan, también violento, en el que llevaban a la prisión a cualquiera que llevara un tatuaje. El resultado fue una escalada de violencia sin precedentes, con una respuesta feroz por parte de las pandillas que empezaron a matar sin motivo, a amenazar a chicos cada vez más jóvenes y a obligarlos a entrar en su grupo». «Antes de llegar a Italia, trabajaba en San Miguel, en una escuela salesiana que se dedica, con verdadero espíritu de acogida, a más de mil estudiantes que provienen de las afueras de la ciudad cada semana. Muchos de ellos tienen graves problemas familiares o parientes enrolados en los grupos criminales, o peor todavía, ellos mismos están a punto de entrar. Daba clases de Educación Física. Un día, durante la hora de natación, un chico quería entrar en la piscina sin quitarse la camiseta, a pesar de que el reglamento lo impide. Estaba molesto y atemorizado. Entonces lo llamé aparte para hablar a solas con él, y le pregunté el motivo. Me contestó que se había hecho el tatuaje de un grupo, y no quería que nadie lo supiera. Le di permiso para entrar en el agua con la camiseta, pero después, en clase, retomé el argumento y empezamos a hablar de las formas de encontrar caminos alternativos a la criminalidad. Así, hasta el final del año, todos juntos tratamos de explicarle que siempre hay una salida, otra forma de vivir, lejos de la violencia. Después de un par de meses lo volví a ver, llevaba con orgullo un uniforme de trabajo, había logrado dejar el grupo, que gracias a Dios lo había dejado en paz. Ahora ayuda a su familia. “Gracias profe. Y gracias a todos ustedes entendí que podía convertirme en una persona distinta de la que estaba empezando a ser. Y sobre todo a cambiar el rumbo de mi vida”». Chiara Favotti
Poner en práctica el amor
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