Robert Chelhod, en el centro, con los focolarinos de Alepo
Robert Chelhod, generación 1963, nació en Siria, en Alepo. Se encuentra en Italia, en la sede de la Amu (Acción Mundo Unido), en los alrededores de Roma, para hacer un balance de los proyectos sociales y la organización de las ayudas. En 1990 regresó a su país de origen para abrir el primer Centro de los Focolares, y permaneció en Alepo durante 18 años, antes de ir a Líbano en el 2008.
¿Cuál es tu recuerdo de Siria? «El régimen no ha impedido el progreso. Asistí a un florecimiento en todo nivel: Siria estaba repleta de turistas, la economía estaba al máximo. Antes de la guerra el sueldo mínimo era de $500, ahora, para dar una idea es de $50. El ápice se alcanzó en el 2010. Con la primavera árabe en el 2011 empezaron los problemas internos de los que derivó la guerra».
¿Cómo has vivido los años de la guerra en Siria, estando en Líbano? «Habría querido estar cerca de mi gente, pero no era posible dejar
Líbano en ese momento. El dolor más grande era ver los refugiados sirios llegar a Líbano. ¡Esas personas las conocía! Gente honesta, buenos trabajadores, que habrían sido un recurso para el país».
En enero del 2017 regresarte a Siria, un mes después de la liberación de Alepo. «Me quedé “en casa” tres meses, en un círculo reducido. Sólo después de tres meses encontré el valor para salir y ver la parte más bella de la ciudad en ruinas. Volver a ver esos lugares de los que siempre había “presumido”, o mejor dicho, ver que no existían más, fue un shock. Cuando fui por primera vez al viejo Suk, donde encuentras sólo escombros, alguien me explicó: “aquí entraron los rebeldes, aquí vino el ejército…”. Pensaba en cuántas personas habían muerto en ese lugar. Y sentía que no debía juzgar ni siquiera a quienes habían destruido mi ciudad».
¿Cómo encontraste a las personas a tu regreso? «Desanimadas y desilusionadas. Pero también deseosas de seguir adelante. Hay un cansancio por los años pasados, por las condiciones de vida, pero al mismo tiempo la voluntad de volver a empezar».
¿Qué se puede hacer por Siria hoy? «Por quien tiene fe, se puede seguir rezando. Y después apostar, junto con los sirios que el país está vivo. En Siria tenemos necesidad de apoyo. No sólo desde el punto de vista económico que ciertamente es importante, pero también para creer junto con nosotros que este país, cuna de civilizaciones, puede renacer. Que todavía la paz es posible. Tenemos necesidad de sentir que el mundo siente nuestro sufrimiento, el de un país que está desapareciendo».
En el lugar coordinas los proyectos sociales sostenidos a través de la Amu. ¿Cómo hacen para moverse? «Los proyectos van desde ayuda para la comida a la ayuda para la escolarización. Después hay ayuda para la salud, porque la salud pública, por la escasez de médicos, medicinas e instrumental, no logra responder ni a los estándares mínimos de acceso. Además de la ayuda a las familias, se han estructurado algunos proyectos estables: dos de refuerzo escolar, en Damasco y en Homs, cada uno con 100 niños, cristianos y musulmanes; dos centros de salud, para la atención del cáncer y de diálisis; y una escuela para niños sordomudos, que había empezado antes de la guerra. Estos proyectos ofrecen una posibilidad de trabajo a tantos jóvenes del lugar. La cuestión del trabajo es fundamental. Estamos soñando en un futuro próximo la posibilidad de trabajar con microcrédito para hacer que las actividades vuelvan a empezar. Alepo era una ciudad llena de comerciantes, que hoy podrían volver a empezar, pero hace falta el capital inicial».
Muchos en cambio siguen emigrando… «El éxodo, sobre todo de los cristianos, no se logra detener. El motivo es la inseguridad, la falta de trabajo. La iglesia sufre, ésta es históricamente tierra de cristianos, antes de la llegada del Islam. Se trata de hacer lo posible para ayudar y sostener. Pero los recursos son muy pocos. La mayor parte de los jóvenes está en el ejército. Encuentras algún universitario, o chicos. Pero la generación entre los 25-40 no está. En la ciudad de Alepo se calcula una disminución de cristianos de 130 mil a 40 mil, y mientras tanto han llegado muchos musulmanes que han emigrado de sus ciudades destruidas».
¿Qué incidencia tiene esto en el diálogo interreligioso? «En Alepo los cristianos se consideraban un poco la élite del país. Con la guerra, dado que las zonas musulmanas fueron destruidas, muchos se refugiaron en las zonas cristianas. Entonces los cristianos se abrieron a los musulmanes, tuvieron que acogerlos. El obispo emérito latino de Alepo, Mons. Armando Bortolaso, durante la guerra me dijo: “Ahora es el momento de ser verdaderos cristianos”. Al mismo tiempo los musulmanes conocieron más de cerca a los cristianos. Quedaron impresionados por esta ayuda concreta. Hay cosas positivas, hay cosas negativas. Lo positivo es que esta guerra nos ha unido más entre sirios». Fuente:
Città Nuova
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