La historia de Jean y Vivian transmite amor, coraje, esperanza. Se conocieron en Aleppo, en Siria, en el 2000, en encuentros del Movimiento de los Focolares. Vivian es viuda y tiene un hijo de cuatro años con sordera aguda. Jean es carpintero, con actividades en el área social. El compromiso de ambos de vivir el Evangelio y llevar el ideal del mundo unido a la humanidad los aproxima: se casaron en el 2003 y tuvieron cuatro hijos. Marc, el primer hijo de Vivian, es el motor del cual nace su aventura: la necesidad de los cuidados de médicos especialistas impulsa a Vivian a trasladarse a Líbano donde Marc es atendido en un centro fundado por los Focolares: “Es un verdadero paraíso anticipado- cuenta-. La vida del Evangelio vivido en la vida cotidiana acompaña todo el proceso educativo. Los niños crecen en este oasis de paz, y desarrollan sus talentos superando su discapacidad. Nació dentro mío un sueño: que yo también pudiera fundar un instituto similar en mi ciudad Aleppo”. Jean la apoya en este proyecto y en 2005 nació su pequeño Centro. Después surgirán otros Centros más grandes, con capacidad de recibir a decenas de niños, todos hijos de familias pobres que no podían pagar la cuota. Por esta razón el Centro estaba siempre en déficit: “Para cada necesidad- recuerda Jean- íbamos delante de un Crucifijo para entregarle a Él nuestras dificultades económicas. La providencia llegaba puntualmente” El estallido de la guerra, en 2011, trajo muerte y destrucción. Jean perdió la carpintería, el Centro no tenía ningún ingreso económico, y siendo muchos vivían sólo de la ayuda de la Iglesia y de organizaciones humanitarias. Todos dejaron el país y también lo querían hacen Jean y Vivian, quienes con mucha tristeza adquirieron los boletos para irse. Pero una exigencia era clara en el corazón: no podían abandonar a “sus” niños sordos, destruir ese sueño realizado con esfuerzo. “El día antes del viaje entré en la iglesia- cuenta Jean- y mantuve una conversación profunda con Jesús, de tú a tu, de hombre a hombre. Él me habló al corazón y me pedía que no dejara Siria: ¿qué harán esos niños? Sentí que Él me hacía esta trágica pregunta. Puse mis niños en Sus manos. Volví a casa, y con Vivian decidimos romper los pasajes y quedarnos para siempre en nuestra ciudad, para ser un don para aquéllos que tenían necesidad de nosotros”. “Estábamos confiados en que Dios nos habría acompañado y apoyado en todos nuestros futuros proyectos y sobre todo en la vida de nuestra familia – dice Vivian- y así fue” Hoy el Centro se convirtió en su segunda casa, también sus hijos participan en la vida del grupo y Jean se dedica completamente al trabajo del Centro. “Esta convivencia nos amplió el corazón. No existe más la diferencia entre chico o chica, ni entre el estudiante y el docente, no son ni siquiera discapacitados para nosotros, ni musulmanes ni cristianos. Todos vivimos en el único amor y bajo la mirada de un Dios Amor, encarnado, vivo en medio nuestro”. Escrito por Claudia Di Lorenzi
Poner en práctica el amor
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