Michelle Sopala
Cuando recuerdo el Genfest 1995 no pienso sólo en el evento en sí mismo, las danzas, los rostros, la emoción, las fuertísimas experiencias de los participantes (¡inolvidables!). Antes aún de aquellos dos días vividos en el Palaeur de Roma, mis pensamientos se van a la intensa experiencia de unidad construida durante los meses precedentes, y en particular en las dos últimas semanas. No recuerdo los detalles, ¡pero sí recuerdo lo esencial de esos días! Es extraño, lo sé, pero cada vez que nos encontrábamos para prepararnos, el resultado, recuerdo, era una unión más profunda y más fuerte con Dios. Antes de empezar, tratábamos de recordar la perspectiva con la cual estábamos trabajando. No estábamos allí sólo para divertirnos (¡aunque realmente todo era muy divertido!), sino porque creíamos que lo nuestro podía ser una contribución al mundo unido, el que todos nosotros soñábamos…. Un mundo en el que todas las relaciones estuvieran basadas en el amor y el respeto recíproco, en el cual se pudieran superar todas las divisiones. Sólo después de esta premisa nos poníamos a trabajar. Primero nacieron las ideas. Después, a partir de ellas, surgieron algunas canciones, un baile, un rap… Cada pequeño trozo nacía en la medida que cada uno ofrecía y perdía su propia idea, tratando de estar en la plenitud del amor y vacíos de sí mismos para comprender verdaderamente a los demás. Esto significaba cansancio, gasto de energías, también dolor, pero por alguna razón nos colmaba de una alegría y felicidad muy especiales. Dábamos todo de nosotros mismos, dispuestos a perder nuestra propuesta. Ese era el acuerdo, también porque, por más que trabajásemos duramente, no sabíamos si nuestro aporte sería elegido por el comité organizador. Y si fuera elegido, en el último minuto podía también ser eliminado. Pero, a pesar de esto, íbamos adelante… ¡a toda velocidad!
¡Y llegamos al Genfest! Aunque, en su conjunto, fue un evento de aquéllos que te cambian la vida, no puedo esconder que para mí el momento máximo fue el encuentro con Chiara Lubich. No sé si los otros 12 mil jóvenes presentes tuvieron la misma sensación, pero en ese momento fue como si Chiara estuviese hablando sólo conmigo. Cuando Noel le dirigió la última pregunta, “Chiara, desde lo más profundo de tu corazón, ¿qué quisieras decirnos a nosotros los jóvenes?”, su respuesta resonó como un llamado a enrolarme, y todavía me retumba en los oídos. Con una intuición genial y con una profunda comprensión de lo que los jóvenes anhelan, Chiara respondió: «Les repito lo que dijo una vez Santa Catalina de Siena, esa grandísima santa, esa mujer maravillosa, hablando a sus discípulos: “No se conformen con las cosas pequeñas, porque Él, Dios, las quiere grandes”. Es esto lo que les digo: jóvenes, no se conformen con las pequeñeces. Tienen una sola vida, apunten alto, no se conformen con las pequeñas alegrías, busquen las grandes, busquen la plenitud de la alegría». Bien o mal, desde aquel momento, esta fue mi experiencia. ¿La “unidad”?. Es una palabra profunda, que, aún, después de 23 años, estoy descubriendo. ¡Es la “plenitud de la alegría”! ¡Sí! ¡La encontré! ¡Oh! … y a propósito, nuestra performance fue elegida. Mírala (link). ¡Espero que te guste! Michelle Sopala
https://youtu.be/LX6rNkyGjoE
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