Noemi Sánches de Paraguay
El fructífero diálogo entre personas de Iglesias, religiones y convicciones diferentes es una realidad concreta en muchos países de los cinco continentes, y una iniciativa que habría que impulsar en un mundo a menudo lacerado por divisiones, prejuicios y temores. Es ésta la propuesta que los jóvenes del Movimiento de los Focolares llevaron al
encuentro pre-sinodal que tuvo lugar en Roma, del 19 al 24 de marzo, por deseo del Papa Francisco, quien quería escuchar a los jóvenes en vista del Sínodo de los Obispos que se realizará en octubre, sobre el tema:
“Los jóvenes, la fe y el discernimiento vocacional”. Entre los participantes en el encuentro, por parte de los Focolares, estuvo también
Noemi Sánches, paraguaya de origen brasileño, de 28 años, graduada en Ontología Trinitaria en el
Instituto Universitario Sophia de Loppiano, y actualmente cursando el segundo año del Doctorado en Filosofía de la Universidad de Perugia. Le pedimos que nos contara su experiencia. “Soy cristiana, católica y vivo en un Movimiento católico cristiano, por eso siempre he tenido la conciencia de “ser Iglesia” y siento que tengo que vivir mi “ser Iglesia” en todas partes. Sin embargo, participar en el encuentro pre-sinodal me ha dado la posibilidad de experimentar por primera vez esta dimensión dentro de un evento que la misma Iglesia organizó para nosotros jóvenes y con nosotros, para proseguir caminando juntos. Es un caminar no sólo entre nosotros sino con todos, con la humanidad que simbólicamente estaba representada por otras Iglesias, otras religiones y también por no creyentes. Y experimentamos que ¡es una realidad, que es posible, y que en este momento histórico sólo podemos avanzar así!
¿Qué le piden los jóvenes a la Iglesia? “Sobre todo piden apertura, sinceridad y coherencia, modelos coherentes y cercanos, que sean guías, y que no tengan temor de dar a conocer su humanidad, también sus errores, que sepan reconocer estos errores y pedir perdón. Modelos con quienes hablar a corazón abierto, de todo”.
El Papa los invitó a hablar con valentía y “cara dura”, ¿cuáles fueron los temas más difíciles que se anticiparon? Temas muy actuales y quizás polémicos, como la homosexualidad, por ejemplo. Y después se solicitó una posición más concreta con respecto al tema de las migraciones, los refugiados y las guerras. Temas que van más allá de los meros dogmatismos, como la familia en sentido tradicional y cómo vivirla cuando no es exactamente así. No pedimos que se cambie la doctrina, sino entenderla profundamente para poder llevarla a nuestra vida cotidiana. Hoy esto ya se hace, pero quizás de un modo que no llega a los jóvenes”.
En el pre-Sínodo representaste a los jóvenes de los Focolares de los cinco continentes. ¿Qué le piden estos jóvenes a la Iglesia y qué proponen? ¿Cuáles experiencias ofrecen, como una especie de modelo? “En línea con la experiencia vivida en Roma con jóvenes de todas las proveniencias, culturas y credos, con quienes no sólo hablamos sino que también vivimos, dormimos y comimos, en un enriquecimiento recíproco de vida y de pensamiento, los jóvenes de los Focolares –que tienen como carisma la unidad y el diálogo- propusimos repetir afuera encuentros de este tipo con personas de todas las realidades. Esta experiencia, de hecho, ayuda a entender que el otro es otro como yo, y que en el fondo tenemos en el corazón las mismas preguntas y los mismos desafíos; que cada uno tiene quizás un enfoque distinto pero eso enriquece al otro que en su cotidianidad quizás vive de otro modo. Por lo tanto cada uno tiene algo que dar, y ese dar ofrece una visión más amplia, una experiencia más completa y enriquecedora. Juntos se puede llegar a dar respuestas concretas a las problemáticas que vivimos todos”.
Un testimonio precioso en este tiempo caracterizado por los temores, la desconfianza y los prejuicios, en el que es más fácil construir muros y recintos que puentes, o tender las manos hacia quien es diferente. ¿Cómo fue recibida esta propuesta contracorriente? “Por gracia de Dios, dentro del
Movimiento de los Focolares ya desde hace años vivimos esta experiencia y hacemos este tipo de encuentros. Pero también en este espacio de diálogo ofrecido por la Iglesia a los jóvenes, la propuesta fue acogida con alegría y satisfacción, también por otras personas que no conocen el Movimiento y que viven otras realidades. En el momento de las propuestas concretas, en mi grupo, propuse aplicar este modelo de relación también para confrontarnos sobre otras temáticas, siempre en esta dinámica abierta a todos, donde todos participan, conviven, se descubren a sí mismos y a los demás. Todos los jóvenes presentes adhirieron enseguida, y fue un sí unánime. Pero tenemos que admitir que había personas más grandes que escuchaban y hacían comentarios y hacia ellos no sentí rechazo pero sí temor, el temor que causa el impulso a “salir” hacia otros puertos y perder la propia identidad. En cambio los jóvenes que hicieron esta experiencia comprendieron enseguida que en realidad la identidad no se pierde sino que se enriquece. Cierto, contemporáneamente hay que dedicarse a la formación y a profundizar la propia identidad religiosa, pero esta riqueza se puede donar y al donarla, se abre espacio para recibir al otro. El joven que ha vivido esto lo entendió y lo quiere. En este sentido vivimos lo que el Papa Francisco nos dijo al inicio: ustedes, los jóvenes, tienen que soñar los sueños de los mayores pero también profetizar, es decir, ir más allá de ese sueño. Y yo pienso que lo que hemos vivido en Roma ha sido traducir en lo concreto esta exhortación: queremos ser Iglesia y hemos entendido que para hacerlo tenemos que ir más allá de las estructuras tradicionales. La Iglesia es universal y entonces tenemos que estar abiertos, llegar y acoger a todos para ser más plenamente aquello que somos”.
Lee el documento integral (inglés, italiano, español)
0 comentarios