Hablar de Spiga Dorata significa relatar la historia de un gran deseo de entregarse a los más pobres. Un deseo que se convirtió en una maravillosa locura empresarial. Se trata de un proyecto que, en el transcurso del tiempo, ha producido cada vez más y su contabilidad llega hoy a números importantes. Desafiando los obstáculos y amenazas de un lugar frecuentemente hostil como el de la periferia metropolitana de Brasil. La iniciativa es pionera del proyecto de EdC que Chiara Lubich lanzó justamente en San Pablo en 1991, aunque los primeros intentos de vender panificados en la calle se remontan a 1988. Inmediatamente encarnan la visión, los valores y el entusiasmo por este nuevo modo revolucionario de plantear la Economía. «Era un período de fuerte crisis – relata Adriana Valle, italiana que vive en Brasil desde hace 38 años y es responsable de la actividad-, los recursos económicos eran limitados, se sentía el peso de la inflación y de la desocupación. En este escenario, un grupo de jóvenes, uniendo sus competencias individuales, intentaron desarrollar una pequeña producción de panificados y, con una cesta en la mano se pusieron a venderlos por las aceras que están fuera de la actual Mariápolis Ginetta, cerca de Vargem Grande Paulista». Después de un par de puntos de ventas improvisados, se interrumpió la producción, pero para su sorpresa varios automóviles que pasaban por la ruta, seguían deteniéndose a preguntar por las “chicas del pan y de la sonrisa”. Decidieron en ese momento, continuar con la actividad acogiendo y dando trabajo a madres y jóvenes, proporcionándoles una formación y un ingreso económico. No tenían aún claras ideas empresariales, sin embargo los clientes iban aumentando, la cordialidad detrás del mostrador atraía a la gente. En 1994, la actividad se trasladó del punto de venta en la calle a un pequeño espacio cerrado, mientras estaba en construcción el Polo Industrial EdC cerca de la ciudadela. Se creó un segundo punto de venta del otro lado de la ruta, cerca de una “favela”: el objetivo era ofrecer a los habitantes de la favela, la posibilidad de comprar pan sin el peligro de cruzar la ruta rápida. Las dos actividades siguieron adelante con el nombre – dado por la misma Chiara Lubich – de Spiga Dorata I y II, que recuerda el grano de trigo maduro que brilla con el sol. El deseo es ofrecer una mirada fraternal, luz, armonía; un ambiente en el que la persona se sienta recibida y aliviada. Mientras la actividad continúa, algunos destruyen “a priori” la idea de la empresa basándose sólo en los números limitados del comienzo (“con media bolsa de harina no se llega a ningún lado”), pero hay otros que en cambio, creen y forman parte del desarrollo del proyecto. Como por ejemplo, dos empresarios, que, asombrados por el gran trabajo llevado adelante, a pesar de contar con un espacio tan reducido por su estructura, colaboran financieramente. Dan así la posibilidad de evitar los despidos y de reestructurar las instalaciones, ofreciendo un lugar más digno para los clientes y ampliando la oferta con otros productos de calidad. Son numerosas las anécdotas vividas tras esos mostradores: hay quien viene desde lejos para sentir esa energía positiva que encuentran detrás del café, y quien, gracias a una sonrisa, encuentran el deseo de recomenzar. Sin embargo, no faltan las dificultades. En ese ambiente de periferia los comercios sufren asaltos. En uno de los últimos sucedió que delante de la pistola que la apuntaba con la intención de llevarse el dinero de la caja, Adriana tuvo el valor de dialogar con los rapiñeros. Demostró sincera preocupación por su destino, una vez que estuvieran fuera del local. El gesto de respeto y empatía fue tan eficaz que los muchachos se quitaron la máscara y soltaron el arma. Después de ese episodio, no hubo más asaltos. Los locales, hoy, tienen una planilla de 20 empleados fijos y 15 jóvenes que se alternan. Amasan 10 bolsas de harina por día y tienen de 1200 a 1500 clientes. Los fines de semana ofrecen, a quienes tienen mayor poder adquisitivo, una variedad de panes especiales, platillos precocidos, confitería para las fiestas, helado artesanal, garantizando siempre precios accesibles para los clientes cotidianos más pobres. Además de crear puestos de trabajo e irradiar amor auténtico, la misión esencial de Spiga Dorata es la de crear vínculos cercanos entre diversas categorías sociales donde el pobre se siente parte de la familia y los de mayor bienestar económico vuelven, colaboran y agradecen por tener la posibilidad no sólo de dar, sino ¡de recibir! Fuente: EdC online
Poner en práctica el amor
Poner en práctica el amor
0 comentarios