A los pies de dos pequeñas montañas, en el corazón de Argentina, en encuentra La Falda, una pequeña ciudad de la provincia de Córdoba, situada en una dulce colina, que forma parte del famoso circuito turístico del Valle de Punilla. Aquí vivía, hasta hace cuatro años, la familia Bongiovanni, Esteban y Victoria, junto con sus dos hijos. Después, en forma inesperada, se transfirieron a San Marcos Sierras, un poco más al norte. Como respuesta generosa a la solicitud de ir a vivir al Hogar Sierra Dorada, una casa de acogida para menores que a su joven edad ya cargan con demasiados y graves problemas. Son historias de maltrato, violencia, abandono, desnutrición. Actualmente el centro hospeda a 28 chicos. «Antes de llegar al Hogar, tenía un pésimo concepto de las casas de acogida para los menores, las imaginaban así como las que se ven en las películas, donde los jóvenes y los niños son agredidos o maltratados. En cambio encontramos una realidad muy distinta, como de una gran familia. Nos esforzamos en mejorar su situación y ayudarlos a vaciar desde dentro de la violencia y las condiciones en las que han vivido, de modo que comprendan que lo normal, a su edad, es vivir en paz, jugar y estudiar». La Casa está la provincia de Córdoba, fue fundada hace casi veinte años por Julio y Patricia y es sostenida por una fundación sin fines de lucro, que trabaja con verdadero espíritu cristiano. Su objetivo es mejorar las condiciones de vida de los chicos y ayudarlos a reintegrarse en su contexto familiar o en el de familias adoptivas. Al inicio Julio y Patricia Laciar no tenían nada, sólo el deseo de querer mejorar la situación de muchos chicos. Poco a poco, gracias a la solidaridad de muchas personas, esta realidad fue creciendo; hoy la Fundación Sierra Dorada administra cuatro Casas-Laboratorio: San Marcos Sierras (donde viven Victoria y Esteban), Embalse de Río Tercero, Rumipal y Salsipuedes, además de distintos programas de acompañamiento familiar, las becas para los voluntarios y otras numerosas actividades. Sentados alrededor de la mesa del comedor de externo, Victoria y Esteban explican: «Muchas personas demuestran una gran solidaridad, especialmente desde que empiezan a cultivar una relación con los chicos. Hay jóvenes extranjeros que vienen para hacer pasantías en trabajo social, pero también hay estudiantes universitarios argentinos. Nuestro trabajo empieza con la acogida. Desde que llegan, tratamos de ofrecerles contención, de darles amor, como una mamá y un papá. Con la ayuda de un equipo de psicólogos, tratamos de ayudarlos a dar un orden a sus vidas. Empezando por el uso del cepillo de dientes, el baño diario, el uso de ropa limpia, hasta educarlos para que sean responsables con sus tareas y las de la escuela». Con una gran sonrisa, Victoria elige unas diez historias que podría relatar. «Hace algunas semanas fuimos todos a un hotel, donde nos invitaron a pasar el fin de semana. No había tendido mi cama pensando que estaba en un hotel. Pero me di cuenta de que los chicos habían dejado sus habitaciones en perfecto orden, y también los baños estaban impecables. Entonces regrese de prisa para arreglar mi cama, porque me di cuenta de que sólo yo no la había hecho». «Tratamos de vivir bien esta vocación de servicio. Pero, ciertamente, no siempre es necesario dejar todo, la propia ciudad, la propia casa, para ir a vivir en una casa con los niños. El servicio se puede vivir en todas partes, con quien está a nuestro lado. A partir de las cosas más pequeñas, como ceder el lugar a una persona anciana en el autobús, o manejar sin agresividad. A partir de los pequeños gestos se difunden las buenas acciones». Y concluye Esteban: «Hemos entendido que Dios no nos abandonará nunca si hacemos las cosas bien, sin esperar nada a cambio, con humildad y confianza. La realidad es que haciendo así… funciona». Fuente: United World Project
Poner en práctica el amor
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