Movimiento de los Focolares

La radicalidad del amor

Ago 17, 2018

También era un domingo ese 19 de agosto de hace 34 años. Una jornada memorable por la visita del Papa Juan Pablo II, hoy Santo, al centro internacional del Movimiento de los Focolares, cerca de Roma. Algunos trozos de su discurso.

Foto © CSC Audiovisivi

«Os agradezco por este encuentro extraordinario. He podido visitar vuestro Centro, la Mariápolis, que abraza a todos los Focolares del mundo; he podido hablar con Chiara y con sus colaboradoras y colaboradores, y ver rápidamente cómo se vive y se desarrolla el Movimiento, cómo cumple su misión, su apostolado en todos los continentes. Después de ese coloquio pude participar en la segunda parte del encuentro, durante la cual me presentaron tres testimonios muy conmovedores, que nos llevaron al centro, diría, de lo que es el Movimiento de los Focolares. Hubo luego un testimonio artístico, donde se vio cómo ese amor que pulsa dentro de vuestro Movimiento sabe animar todos los valores humanos, los valores de la belleza, los valores del arte, que perennemente están destinados a expresar lo más profundo del hombre, que es humano y divino también, porque el hombre está hecho a semejanza de Dios. Durante las distintas fases de nuestro encuentro, hice muchas reflexiones. Ahora trato de resumir todo en una constatación y un deseo. La constatación toca el núcleo central de vuestro Movimiento: el amor. Ciertamente, el amor es el inicio de muchas instituciones y estructuras de todo el apostolado, de todas las familias religiosas. El amor es rico, lleva consigo muchas potencialidades y difunde en los corazones humanos los distintos carismas. Con este encuentro he podido acercarme un poco más a lo que forma el carisma propio de vuestro Movimiento o, dicho de otra manera, comprender mejor cómo el amor – que es un don del Espíritu Santo, difundido por él en nuestros corazones, su mayor virtud – constituye el camino más excelente, la animación principal de vuestro Movimiento. Está bien que hayáis encontrado ese camino, esa vocación al amor. Escuchando los testimonios me convencí aún más de lo que hace tantos años y cada día constato, que en el mundo de hoy, en la vida de las naciones, de las sociedades, de los distintos ambientes, de las personas, el odio y la lucha son muy fuertes. Son programáticos. Entonces es necesario el amor. Se puede decir que el amor no tiene programas, pero los crea, y son bellísimos y riquísimos, como el vuestro. Es necesaria la presencia del amor en el mundo para afrontar el gran peligro que asecha a la humanidad, que amenaza al hombre, el peligro de encontrarse sin amor, con el odio, con la lucha, con guerras, con opresiones, con torturas, como hemos escuchado. El amor es más fuerte que todo y ésa es vuestra fe, la chispa inspiradora de todo lo que se hace con el nombre de Focolares, de todo lo que vosotros sois, de todo lo que hacéis en el mundo. El amor es más fuerte. Es una revolución. En este mundo tan atormentado por revoluciones, cuyo principio lo constituyen el odio y la lucha, se requiere la revolución del amor; es necesario que esa revolución se demuestre más fuerte. Esto es el radicalismo del amor. Ha habido en la historia de la Iglesia muchos radicalismos del amor, casi todos contenidos en el supremo radicalismo de Cristo Jesús. Existió la radicalidad de San Francisco, de San Ignacio de Loyola, de Charles de Foucauld y muchas otras hasta nuestros días. Hay también un radicalismo del amor, de Chiara, de los Focolarinos: un radicalismo que descubre la profundidad del amor y su simplicidad, todas las exigencias del amor en las diversas situaciones y que trata de hacer vencer siempre este amor en toda circunstancia, en toda dificultad donde el hombre – humanamente hablando – podría quedar superado por el odio. En esas situaciones hace que el amor venza». […] «Os deseo por lo tanto que continuéis en este camino. Ya tenéis una dirección muy clara, una característica profundamente marcada, un carisma en la riqueza del amor que tiene su fuente en Dios, en el Espíritu Santo. Ya habéis encontrado vuestra morada. Deseo que esta realidad, propia de vuestra vocación, se desarrolle cada vez más, y que llevéis al mundo de hoy, que tiene tanta necesidad de él, el amor y, a través del amor, deis a Dios. Este es mi deseo».

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