Casados desde hace 31 años, con cinco hijos y esperando la primera nieta, Gianni y María Salerno tendrían muchas historias para contar y también sugerencias prácticas para brindar, especialmente a las parejas más jóvenes, acerca del tema de la educación de los hijos. Pero con su aporte al panel sobre la “alegría y los desafíos de los padres al educar hoy”, tema central del encuentro de Dublín, que está afrontando, en un clima de fiesta y oración, temas importantes – como el rol de la tecnología en la familia, la relación con la fe, las múltiples conexiones con el trabajo, la economía, el ambiente – han querido hacerse portavoces del patrimonio de vida y experiencia vivida en tantos años por las Familias Nuevas de los Focolares, de las cuales, desde hace dos años, son responsables. Una “familia de familias”, que bebe de la espiritualidad de la unidad de Chiara Lubich, y la tiene como una brújula que marca el norte en el camino de la vida, arduo a veces. Entrevistados por el diario católico “Avvenire”, Gianni y Maria sintetizaron su mensaje en Dublín: «Quisiéramos subrayar algunas “palabras clave” que nos parecen muy útiles en la relación con los hijos y que pueden ser vividas en todas partes, en todos los países del mundo, independientemente de la cultura a la que pertenecemos. La primera es desapego. Los hijos no son nuestros, son ante todo hijos de Dios. Es una actitud que impulsa a buscar su bien, en el respeto de la libertad de cada uno, ayudándolos a descubrir el plan de Dios para su felicidad. Otra palabra central es acompañamiento: haciendo sentir nuestra cercanía, los hijos pueden afrontar las dificultades sin sentirse solos, y se forman de esta manera a la responsabilidad, al compromiso, al entrenamiento constante de la voluntad. Hay también un verbo que siempre ha sido fundamental, en la experiencia nuestra y en la de tantas familias en todo el mundo con las que estamos en contacto. Ese verbo es recomenzar. Cuando nos equivocamos, cuando hay dificultades o el amor disminuye, podemos siempre poner un punto y recomenzar, pidiendo disculpas si tal vez hemos exagerado en una reprimenda, que muchas veces para los padres es más una ocasión de desahogo que una intervención educativa». «Debemos tratar de entrar siempre en lo que los hijos están viviendo. Habitualmente usamos una expresión, ponerse en sus zapatos, que expresa el deseo de los padres de sentir en la propia piel sus emociones, miedos y dificultades, ejercitando una escucha profunda y acogedora, antes de dar respuestas apresuradas. El ejemplo, la compartición y el diálogo son fundamentales: en una familia se tendría que poder hablar de cualquier tema y los padres tendrían que estar al juego, captando con sus antenas los mensajes incluso no verbales lanzados por los hijos que a veces, especialmente en edad adolescente, suenan como verdaderas provocaciones. Además: dedicar su tiempo. Requiere mucha fatiga, tal vez de noche, al terminar una jornada de trabajo, especialmente cuando las ideas no coinciden. Deberíamos dejarnos interpelar sin miedo por ellos y por su “mundo”, incluso cuando llegan preocupaciones de distinto tipo en la salud, las compañías que frecuentan, la escuela o el futuro. Cuando ello se da nosotros tratamos de atesorar un consejo precioso: el de ocuparse y no preocuparse, para evitar que nuestra ansiedad los vuelva más inseguros y menos libres. Lo que siempre podemos hacer, al final, es rezar por ellos, confiándolos al amor de Dios. Hay casos en los que los hijos se vuelven rebeldes, rechazan la relación con los padres, poniendo en acción comportamientos violentos, opciones discutibles, a veces graves. Esto hace sufrir y desestabiliza. La herida del fracaso educativo quema y nos preguntamos como padres: ¿dónde nos hemos equivocado? También en estos casos debemos recordarnos que somos padres para siempre, y que la puerta de nuestro corazón hay que mantenerla siempre abierta. No es fácil, pero podemos tomar como ejemplo para imitar a Jesús Crucificado y abandonado, que ofreció su dolor, transformándolo en Amor. Como él, nosotros también podemos transformar nuestro sufrimiento si seguimos amando concretamente a nuestros hijos y a cada prójimo que pasa a nuestro lado, en la certeza de que al final el Amor vencerá».
Poner en práctica el amor
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