«En tu día, Dios mío, iré hacia Ti… Iré hacia Ti, Dios mío, […] y con mi sueño más loco: llevarte el mundo entre mis brazos» (El Grito, Ciudad Nueva). A 10 años del fallecimiento de Chiara Lubich, sigue sorprendiéndonos mucho la profecía social de esta mujer extraordinaria que con su Ideal del Ut omnes (Jn 17,21), desde Trento llegó al mundo entero. Sin embargo no se puede comprender el carácter profético de su persona sin considerar el contexto histórico en el que vivió y su participación en los destinos de la humanidad: su nacimiento en el Trentino, que era entonces una periferia existencial de profundo significado histórico y social, la experiencia de la pobreza, el drama de las guerras mundiales. En medio de los avatares de su tiempo, se manifiesta en ella un particular carisma, el de la unidad: «El alma, por encima de todo, debe tener siempre la mirada puesta en el Único Padre de muchos hijos. Después mirar a todas las criaturas como hijas del Único Padre. Sobrepasar siempre con el pensamiento y con el afecto del corazón, cualquier límite que ponga la vida humana y tender constantemente y por costumbre a la fraternidad universal en un solo Padre: Dios». En estos apuntes del 2 de diciembre de 1946 se pueden percibir los fundamentos de la profecía social de Chiara Lubich: Chiara, en efecto, no ha sido una reformadora social, como tampoco lo fue Jesús. El sueño de Chiara, en realidad, mira más hacia lo alto y en profundidad, al fundamento antropológico y teológico de cualquier forma social: la fraternidad universal y la unidad como ha sido pensada por el hombre-Dios, Jesús. Por ello, podríamos decir que la primera obra social de Chiara fue la comunidad misma de los Focolares, nacida en Trento después de la guerra, la cual, tomando al pie de la letra las palabras de los Hechos de los Apóstoles (Hch 2,42-48), vivía la comunión radical de los bienes y se prodigaba en asistir a la multitud de pobres y afligidos que el conflicto había dejado a sus espaldas. Esta raíz no se ha perdido nunca, al contrario, ha sido la fuente inspiradora de todos los proyectos sociales activados en estos años por ella y por aquellos que han asumido como propio el Ideal de la unidad. En ello se pone de manifiesto el genio humano y eclesial de Chiara. Genio humano, porque la solución de los problemas sociales cada vez más graves no obstante las apariencias y el progreso tecnológico, con la masa creciente y escandalosa de descartados y refugiados en todos los hemisferios de la tierra, fruto de sistemas perversos y de una globalización al servicio de las potencias del mundo, no depende de estrategias sociológicas o de acciones que operen en los estratos superficiales de la realidad humana, sino de las opciones fundamentales y de los valores profundos que mueven las conciencias. Genio eclesial, porque la misión de la Iglesia no se agota en la caridad y en la asistencia a los últimos (siempre indispensable), sino en el anuncio, a la luz de la encarnación del Verbo, de la dignidad de todo hombre en cuanto hijo de Dios. Sin estas dos motivaciones esenciales: antropológica y eclesial, no se aferra la verdadera dimensión social del carisma de Chiara Lubich, impregnado de una intrínseca socialidad, que se despliega en vida, acción y estudio (ver las Escuelas Sociales y el Instituto Universitario Sophia). ¿Cuál es la consecuencia concreta de esta prospectiva para todos nosotros? Si queremos, nos espera una historia; también nosotros tenemos por delante una historia. Chiara nos rescata del anonimato para hacernos protagonistas de un sueño. Todos protagonistas, sin excluir a nadie. Guislain Lafont, el gran teólogo dominico, habla del “principio de la pequeñez”, que resume la filosofía práctica del Papa Francisco. Se trata de la convicción de que «la salvación más bien viene de abajo que de arriba». Chiara supo traducir magistralmente este “principio de la pequeñez” en el compromiso por una auténtica renovación social, desencadenada por el paradigma de la unidad. Ésta es su grandeza. Fuente: Città Nuova n.6, junio de 2018
Poner en práctica el amor
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