Era un día nublado y húmedo. Tenía en mi corazón la sensación de no sentirme lleno. El día anterior había celebrado mi cumpleaños y me había propuesto hacer de todo para que este nuevo año brillara como nunca por el amor puesto en cada cosa. Sabía ciertamente que tendría que volver a empezar una y otra vez, pero quería dar lo mejor que pudiera. En agradecimiento a Jesús por el don de la vida, quería confeccionar un regalo que no se aislara en un único momento, sino que se extendiera por todo el año. El proyecto era ambicioso, pero estaba seguro de que Jesús mismo me iba a ayudar. Sin embargo ese día, caminando rumbo a una cita, me daba cuenta de que en mi corazón había una nube: me había permitido –silenciosamente– un juicio sobre una persona que me había defraudado una vez más. Poco importaba si yo tenía razón o no. En mi corazón había quebrado la caridad. Un dolor grande me invadió. ¿Cómo era posible? Mientras caminaba me encontré con un muchacho que a menudo cruzo en mi camino. No era muy atrayente, ya que estaba sucio, poco cuidado, y la botella en su mano hablaba por sí sola. Estaba temblando del frío y descalzo. No me dijo nada, simplemente me miró. Lo saludé lo más cordialmente que pude, pensando que con eso todo estaba hecho. Sin embargo, la parábola del buen samaritano se me cruzó por la cabeza. ¿Era yo uno de esos fariseos? ¿O me dejaría interpelar por ese rostro de abandono? Me saqué el pullover y volví sobre mis pasos: “¿Tenés frío?” “Sí, mucho”. “Tomá, probá si te anda mi pullover”. Su desconcierto era completo, casi no osaba tocar la prenda, sus manos verdaderamente estaban necesitadas de una buena limpieza. “Coraje, veremos si te anda”. La medida era perfecta y su rostro parecía el de un niño en una noche de Navidad frente al árbol. Lo saludé y continué mi camino, ciertamente con un poco más de frío, pero contento. Estaba esperando el momento de encontrarme con mi amigo con el cual tenía cita, cuando de repente sentí que una voz sutil me decía: “Lindo lo que has hecho, pero es fácil sacarse una prenda y dejar aquel juicio que hiciste flotando en el aire. Quiero reconciliación”. “Pero Jesús, ni la persona se ha dado cuenta…”. “Yo sí, y yo estuve presente en aquella persona”. No había argumento que valiera. Por lo tanto, al volver a casa llamé por teléfono al involucrado para hablar acerca de lo que había sucedido. En una serena conversación la unidad plena se reconstruyó, aunque hubiera sido rota solamente por mi parte. Cuando concluyó la llamada, en mi corazón la paz había vuelto de manera plena e inconfundible. Dos horas más tarde tocaron el timbre de casa. Era una amiga muy querida que me traía un regalo desde su ciudad. La sorpresa fue enorme: yo había dado a Jesús presente en ese pobre mi pullover, uno de esos que uno quiere tanto, y ahora me llegaba por medio de mis amigos un hermoso regalo de cumpleaños: ¡un pullover! Parecía como si Jesús me dijera: todo OK, ¡vamos por más! Da “La vida se hace camino”, Urs Kerber, Ciudad Nueva Ed., Buenos Aires 2016, pp 41-42
Poner en práctica el amor
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