Un símbolo de la civilización de hoy puede ofrecerlo la mujer. En revistas y pantallas, en la publicidad y en el arte, la mujer impera como reina. Pero es fácil ver cómo su realeza es algo postizo: esas divas, que señorean hoy, serán olvidadas mañana. En esta perspectiva, como contraste, se vuelven actuales las biografías de las más grandes santas del cristianismo y sus enseñanzas. Teresa, la reformadora del Carmelo, en medio de la revolución protestante, bajo el poderío difidente de reyes y grandes de España, frente a las amenazas de la Inquisición de su país, vivió en la pobreza la libertad; la única libertad de los hijos de Dios. Hizo de la existencia una aventura prestigiosa para arrastrar lo humano hacia lo divino. Volvió a poner en el centro de la existencia individual y social la belleza, la poesía de la santidad. Imperaba en ese entoneces una forma de fariseísmo que se podría llamar misoginia. Ya lo había padecido Catalina de Siena, a quien se la recluía en el silencio por ser mujer, ella que no dejaba de exhortar a los hombres, incluso a los poderosos a no comportarse como cobardes. Santa Teresa se donó totalmente a Dios y arrastró en esa donación a otras mujeres La obsesión de nuestros días está en esa ambición encarnecida, frenética, obsesiva de honores y riquezas. Teresa enseña a emanciparse de esa esclavitud y recupera la serenidad y la paz. Y en sus escritos explica las razones con una evidencia, una luz que encanta a las almas, incluso de los hombres de hoy más aferrados a los negocios. Es la mujer fuerte, que habla deseosa sólo de servir a Dios tenaz y fuertemente. Tenía conciencia de la influencia que la mujer consagrada a Dios puede ejercer en la sociedad. Su vida y sus escritos muestran la esencia de la revolución del Evangelio, en los corazones y en las masas, desplegando la esencia del amor que, a través del hermano, abre el acceso a Dios, pone a Dios en los espíritus, en las leyes, en las instituciones, en las costumbres. Teresa, con la gracia de una madre maestra, enseña a coloquiar sin descanso con Dios, un coloquio que todos pueden realizar en el templo de sus almas, incluso por la calle, incluso en medio de los ruidos. Creo que aumentará día tras día el número de hombres y mujeres que guiados por la sabiduría teresiana encuentren las razones de la vida, subiendo con ella hasta la fuente. La acción florecerá cada vez más en la contemplación Pero aquí – diremos con la Santa – Marta y Maria están de acuerdo casi siempre, porque la interioridad obra sobre la exterioridad… Cuando las obras exteriores proceden de esa raíz, son flores admirables y muy perfumadas, brotadas del árbol del amor divino. Teresa era una cosmonauta audaz de lo divino; pero era también una mujer práctica, que conocía el mundo. Y porque conocía el mundo, se aventuraba hasta el paraíso. Si su enseñanza sublime se dilata, nuestra casa también, el sindicato y la política y la fábrica también, el mundo también podrá ser una especie de Carmelo, en donde Teresa ubicará la realeza femenina de la bendita entre las mujeres. Igino Giordani, «Fides», n.7-12, 1962, págs.185-187
Poner en práctica el amor
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