La historia de Margarita Ramírez de Moreno, originaria de Santa María de Catamarca, en el Noroeste argentino, es muy conocida por nuestros lectores. Descendiente de los aborígenes calchaquíes (por el nombre de su caudillo Juan Calchaquí), pueblo de excelentes artesanos, ella ha heredado su espíritu de iniciativa y el arte del hilado. Era una joven egresada de la “Escuela Aurora” de su ciudad, institución reconocida por el Gobierno argentino por su contribución educativa en la recuperación de las técnicas y símbolos de la cultura “quechua”, pero que no tenía trabajo. No se rindió ante las dificultades personales y de muchas otras mujeres como ella, y se decidió a iniciar una hilandería y ser proveedora del taller de tejido de la escuela. Una ocasión para salir de la discriminación y recuperar su propia identidad cultural. El pasado 1 de octubre, en Tucumán, Margarita recibió un reconocimiento con ocasión del “Primer encuentro internacional de las mujeres por la paz”, organizado por la “World Federation of Ladies Grandmasters”, asociación que actúa en todo el mundo, que sostiene a mujeres, asociaciones y fundaciones que con su esfuerzo ayudan a crear vínculos de amistad, fraternidad y ayuda recíproca, favoreciendo su participación en la política, la paz, la seguridad, la protección. «Sin justicia no hay paz, y sin paz no hay justicia» afirmó Mariela Martín Domenichelli, coordinadora de la federación en América Latina. «Fue muy importante escuchar las situaciones en las que viven las mujeres, que pueden transformar las ideas en futuras políticas públicas». La manifestación quiso hacer visibles las acciones positivas de algunas mujeres que trabajan en varios campos. Después de haber visitado la provincia, Margarita también fue elegida como rostro símbolo del compromiso por la plena integración de las mujeres y de toda la comunidad aborigen a la que pertenecen. «No fue fácil, al comienzo, convencer a las mujeres de mi tierra, desde siempre discriminadas, para que retomaran el trabajo del hilado – cuenta Margarita, que ahora es madre de siete hijos – pues para llegar a la hilandería había que cruzar ríos y caminar todos los días varios kilómetros. No teníamos medios de transporte. Poco a poco, cada una puso a disposición lo que tenía: un huso, lana, sus propias habilidades de algún arte tradicional». «Sin embargo, seguíamos teniendo el problema de las máquinas, que eran muy costosas. Un día me vi obligada a pedir que me llevaran en coche y le confié al que conducía mi preocupación. Me respondió que él sabía hacer máquinas para hilar y que podríamos pagarlas más adelante, cuando para nosotras fuera posible». Obstáculos de todo tipo, y al mismo tiempo inesperadas confirmaciones de que estábamos por el buen camino. «Durante una mudanza encontramos una imagen de la Virgen. Me pareció muy significativo y les propuse a las demás que hiciéramos un pacto: trabajar todos los días con el amor recíproco entre nosotras. Poco después recibimos una donación con la que pudimos comprar un inmueble y maquinarias». “Tinku Kamayu” que en la lengua local significa “Reunidas para trabajar” es el nombre que tiene el taller. «Hemos vuelto a encontrar nuestra identidad y, con ella, la esperanza, el crecimiento cultural, la posibilidad de trabajo para nosotras y para los demás, y la riqueza de los orígenes de nuestro pueblo. Ahora nos sentimos personas útiles, ya no humilladas, sino valorizadas y capaces de expresar nuestro pensamiento». Ver también: EdC online
Poner en práctica el amor
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