Es un lago tan límpido, con su fondo bien visible, que se puede beber de él con las manos en forma de cuenco, directamente desde la canoa. Parece un mundo perfecto. Sin embargo, se ven, esparcidas, algunas botellas de plástico que están varadas en la orilla, atrapadas por las ramas bajas de los árboles. Daña la vista, en un paisaje de extraordinaria belleza. La narración de Alek, uno de los cuatro que hicieron la experiencia de un “focolar temporal” en Whatí, Canadá, del 19 de julio al 20 de agosto pasado, es rica de imágenes como ésa. «Estamos hablando del gran Norte, casi en el círculo polar ártico. Es una pequeña ciudad de 800 habitantes. Pero parecían menos, porque había concluido hacía poco la reunión del pueblo Tlicho (Tłı̨chǫ en la lengua original), y por ese motivo muchos de los habitantes se habían marchado para hacer un período de vacaciones. Los Tlicho pertenecen a los Nativos de Norteamérica (las “First Nations”, como se los llama en Canadá) y están desparramados por toda la América del Norte. Forman parte de los Dene, “Asociación de Indígenas de los Territorios del Noroeste”, y viven en un territorio llamado Tlicho Land, constitudo por cuatro ciudades, con una población global de casi 2.000 habitantes. Whatí, en la lengua original Wha Ti, es una de esas ciudades, y está frente al bellísimo lago La Martre, que en el punto de mayor extensión mide unos 70 km». Con un grupo de chicos, Alek y el Padre Alain organizaron la limpieza de una parte de sus orillas: «Como acción demostrativa. Pero después supimos que un habitante del lugar sensibilizó al jefe de la aldea, para que la acción de limpieza se vuelva estable, a lo largo de todo el año». Esto también fue un fruto de la experiencia del “focolar temporal” en Whatí. El grupo, además de Alek (italiano, pero transfiriéndose a Birmingham, Alabama) y el Padre Alain, de Montreal, estaba constituido también por Lioba, coreana, del focolar de Vancouver, y Ljubica, del focolar de Toronto. El motivo del viaje fue que el obispo de Yellowknife, capital de los Territorios del Noroeste, había pedido que fueran allí (pagando también los gastos) algunas personas de la comunidad de los Focolares para darles a los habitantes, por lo menos un mes en el año, la posibilidad de una cercanía espiritual y una formación a la vida del Evangelio. Al mismo tiempo, para realizar una experiencia análoga, otro grupo se dirigió a la aldea Fort Resolution. «Los primeros días estuvimos en Yellowknife, llegando cada uno de nuestras ciudades, tras muchas aventuras en el viaje a causa del mal tiempo. Tuvimos la posibilidad de conocernos entre nosotros y recibir la bendición del obispo. Una vez llegados a Whatí, nos quedamos allí unas cuatro semanas, para renovar las relaciones ya construidas el año anterior con ocasión de otra experiencia similar, conocer a las autoridades locales y colaborar en algunas iniciativas del gobierno de la tribu. La segunda semana organizamos un “Bible Camp” para los niños, y la tercera, acogiendo el pedido de los responsables del lugar, fuimos a visitar a algunos ancianos de la aldea. Con ellos fue muy impactante rezar juntos. Teníamos la impresión de que nos comunicábamos más allá de las dificultades de comprensión de su idioma». La población del lugar sufre por el dificil pasaje de la tradición a la modernidad que están viviendo. «En poco tiempo – explica Alek – se vio privada de sus raíces, que habían constituido su identidad más profunda, probablemente durante miles de años. Mis coetáneos nacieron y han vivido en el “teepee” (la típica carpa hecha con palos, en un número variable según su dimensión, cubierta con cueros y con una abertura superior para permitir la salida del humo) y hablan el idioma Tlicho. Los más jóvenes ya no conocen la lengua tradicional, usan el celular, y les atrae el consumismo y sus consecuencias, incluso el uso del alcohol y las drogas. Sin embargo, la comunidad tiene una fe simple y profunda, basada en la lectura de la Biblia y la natural religiosidad de su pueblo que es aún sensible a lo sobrenatural. Para mí fue una oportunidad para encontrarme cara a cara con algunas de esas historias. Entre ellos me sentí “en mi lugar”, quizás como nunca antes, yo también expresión de una caricia de Dios». Chiara Favotti
Poner en práctica el amor
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