Mons. Armando Bortolaso nos ha dejado el 8 de enero pasado tras casi 70 años transcurridos en “su” muy amada tierra, el Medio Oriente. Durante 10 años desempeñó el cargo de Vicario Apostólico en Siria. ¿Cómo se puede resistir setenta años en una tierra tan sufrida? “Para un religioso no es una cuestión de lugar, sino de misión; hay que estar allí en donde las personas necesitan ser amadas” . Mons. Armando Bortolaso describía así, en 2013, el sentido más profundo de sus opciones como hombre, sacerdote y luego obispo. Nos ha dejado el 8 de enero pasado, con 91 años, en la Casa Salesiana El Houssein de Beirut después de casi 70 años vividos en “su” tierra, el Medio Oriente. Había nacido en el Véneto (en el Norte de Italia) en 1926, y había llegado a Jerusalén en 1948. Entró a formar parte de la familia Salesiana, y en 1953 celebró su primera misa en la Basílica del Santo Sepulcro para desempeñar a continuación cargos variados en Tierra Santa, Líbano y Siria. “Hombre del diálogo”, “obispo en primera línea”, “artífice de unidad”: son muchos los apelativos con los que se lo está recordando en estos días y que de por sí ofrecen un perfil de este hombre humilde, transparente y con una fe inquebrantable en la unidad, que él vivió y predicó como único destino de los pueblos, en particular del muy amado pueblo sirio, con quienes vivió veintidós años, diez de los cuales ejerciendo el servicio de Vicario Apostólico. “Siria es mi segunda patria”, afirmaba en una entrevista. “Saber que “mi” gente está destrozada por el dolor, ver a Alepo, tierra bendita, reducida a un cúmulo de escombros, y las iglesias cristianas destruidas, me rompe el corazón. También porque es una tragedia que se lleva a cabo frente a la indiferencia general”. Por el vasto conocimiento de las tierras del Medio Oriente, Mons. Bortolaso tenía al mismo tiempo una capacidad de análisis lúcido y desencantado acerca de las causas y los posibles caminos de solución de los conflictos, pero también una visión profética e iluminada, fruto de su fe inquebrantable en un Dios de amor, que no abandona a sus hijos incluso en las situaciones más desesperantes. Del Líbano, escribía así al Padre Arrigo, sacerdote de la ciudad de Vicenza, Italia, después de la guerra de 2006: “Entre las tantas ruinas de esta guerra estamos asistiendo a una maravilla nueva: muchos musulmanes buscan y encuentran refugio justamente con los cristianos que, olvidándose de las dolorosas cicatrices de la guerra civil, acogieron a los refugiados, fraternizando con ellos. Esta convivencia fraterna es un hecho muy nuevo, inimaginable hasta hace pocos años; por ahora es solamente una pequeña semilla, pero puede llegar a ser mañana un cedro gigante, como para extender sus ramas a todo el país de los cedros” . Mons. Bortolaso había conocido la espiritualidad de los Focolares en Bélgica a finales de la década de 1960 y se puede decir que la unidad y el diálogo fueron la brújula de su vida. Durante muchos años se comprometió en la vida de comunión de los obispos amigos de los Focolares, y tanto fue así que nació alrededor de él, en el Líbano, un grupo de obispos del Medio Oriente deseosos de profundizar la espiritualidad de la unidad. En una entrevista sobre la complicada situación del conflicto sirio, afirmaba: “Siempre pensé que aquel que orienta su vida hacia la unidad, ha dado en el centro del corazón de Jesús. Por eso, yo me decía a mí mismo: “Tú no eres el obispo de los latinos solamente, tú eres el obispo de Jesús, y Jesús aquí en Siria tiene 22 millones de almas”. He tratado de vivir la unidad siempre y con todos: con mis sacerdotes, con los religiosos, con los fieles, con los obispos y los cristianos de las otras Iglesias, ortodoxas y protestantes, con los musulmanes” .
Stefania Tanesini
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