Recordar a Alberta Levi Temin a través de la narración de su historia, hablar de la Shoah con los chicos de una escuela secundaria y lanzar la Regla de oro para construir desde ya un mundo más en paz, más unido
El sol espléndido hizo de fondo a una jornada especial en Ischia – una isla del golfo de Nápoles (Italia) – en donde el 23 de enero pasado algunos chicos del Colegio “Giovanni Scotti” pudieron conocer la historia de Alberta Levi Temin, admiradora de Chiara Lubich y testigo directa de la tragedia del holocausto, a través de la presentación del libro “Finché avrò vita parlerò” (Mientras viva hablaré) de la Editorial L’Isola dei Ragazzi. Con la presencia de un grupo de amigos de los Focolares (docentes, alumnos, padres), y también del autor del libro Pasquale Lubrano Lavadera y de la profesora Diana Pezza Borrelli (ligada a Alberta por una relación fraterna, alimentada en la Asociación “Amicizia Ebraico-Cristiana” – Amistad Judeo-Cristiana – de Nápoles), los chicos escucharon el relato emocionante de su historia. “Alberta un día vino a hablar a mi Colegio, – dice Pasquale – ella, de religión judía, junto con su queridísima amiga Diana, de fe católica. La habían invitado a contar a todos los chicos y a nosotros docentes el horror de la Shoah, pero también a dar testimonio de que el diálogo es posible entre todos los hombres sin distinción de razas, credos o convicciones. Me impresionó su frase: –La familia humana es una y somos todos hermanos.” Alberta murió en 2016, pero durante su vida tuvo un único pensamiento que la sostuvo y le dio siempre alegría: es la Regla de oro “Haz a los demás lo que quisieras que te hiciesen a ti, no hagas a los demás lo que no quisieras que te hiciesen a ti”. Siempre luchó por el diálogo en la sociedad a todos los niveles. “Hoy más que nunca entiendo que hay que tener un amor más grande – sostenía Alberta – y, como dice Chiara Lubich, hay que Amar la patria del otro como la propia. Debemos tener un amor para con toda la humanidad, sólo en este humus puede nacer el diálogo”. “Todos los colegios deberían dedicar en todos los grupos una o dos horas por semana para enseñar el bien relacional, ese bien que puede ayudar a chicos y adolescentes a estar entre ellos con serenidad y estudiar juntos en un espíritu de colaboración e investigación en común. Tenemos que orientarnos a hacer la experiencia de la escuela, que es la primera y fundamental experiencia social del hombre, una verdadera experiencia de ayuda recíproca”. Alberta estaba convencida de todo ello. Cuando terminó la narración, se les propuso a los chicos vivir la Regla de oro, instrumento de paz y diálogo, común a todas las religiones. Como sello de la jornada, la Dirigente Académica, profesora Lucia Monti, colocó una placa frente al olivo de la paz dedicado a Alberta, para darle las gracias y para que su testimonio siga hablando. “Gracias – dijo también Chiara, una alumna de la escuela – por el mensaje de fraternidad que ustedes nos han transmitido, me impresionó mucho que los católicos se encuentren con judíos y personas de otras religiones para construir un mundo unido.” “Quierdo agradecer a Alberta por su vida, su sabiduría – afirmó Pasquale Lubrano – y quisiera que cada uno de nosotros, leyendo su historia, ahora que ella ya no está entre nosotros, pudiera participar plenamente de esa ‘belleza’ interior que hizo de ella una persona única, a fin de poder donarla luego a muchos.” Y concluyó: “Hoy experimenté una gran emoción observando la escucha atenta de los chicos, en su viva reacción, en sus miradas indagatorias, vislumbré en cada estudiante la exigencia de vivir el Amor por todos los hombres en la conciencia de que la familia humana es una sola.”Lorenzo Russo
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