En cada situación, también en las más complejas y trágicas, hay algo que debemos y podemos hacer para contribuir al “bien común”. ¿Cerrar la empresa? Estábamos a punto de tener que cerrar la empresa, por la fuerte crisis económica que atravesaba nuestro país, parecía que no había otra salida. Pero considerando que seis familias de nuestros empleados tenían como única fuente de ingresos el trabajo con nosotros, junto con nuestros hijos pedimos ayuda a Dios y nos lanzamos a buscar otros caminos para resolver la difícil situación, aunque esto quería decir correr un riesgo. A pesar de tener pocas esperanzas, Raúl fue a un gran negocio de la ciudad para ofrecerles que compraran nuestros mosaicos. Para su gran sorpresa los dueños del negocio no sólo hicieron un pedido, sino que pidieron trabajar con nosotros en forma exclusiva. El trabajo aumentó y tuvimos que contratar a más personal. Este hecho reforzó nuestro vínculo como familia y en la empresa. (R. F. – Brasil) Refugiados Dos semanas antes de la Pascua llegaron a mi cuartel 180 refugiados provenientes de Eritrea, Etiopía, Somalia y Sudán, la mayoría eran jóvenes cristianos y había también algunos niños. Habían sido detenidos en la frontera de Egipto sin documentos válidos, y por eso estaban presos. Estaba impresionado porque a pesar de las condiciones subhumanas en las que estaban obligados a vivir, que sólo les permitían un pedazo de pan al día y un poco de arroz, ¡como era Cuaresma ayunaban! Sentí que Jesús me llamaba a amarlo concretamente en estos hermanos. Así que involucré a mis amigos de la ciudad e hicimos una colecta de dinero, medicinas, comida y preparamos una auténtica fiesta de Pascua para ellos. En poco tiempo preparamos un almuerzo con carne, fruta y verduras; todas cosas que hacía tiempo no comían. Mi padre me ayudó a transportar todo lo que habíamos preparado con su automóvil. ¡No sé describir su alegría! Fue una Pascua que difícilmente podré olvidar. (M. A. – Egipto) Basura Cada vez que me encontraba con nuestra vecina terminábamos peleando, porque a menudo ella dejaba su basura acumulada delante de la puerta de nuestra casa. La situación siguió adelante por años, hasta que el testimonio de algunos amigos cristianos me convenció de que tenía que ser la primera en amar. Un día en el que se repitió la clásica escena pensé enseguida que era mi oportunidad. Salí con la escoba y recogí la basura. Ella estaba allí esperando para ver mi reacción. Esta vez la mire, le sonreí y le pregunté cómo estaba. Sorprendida me respondió a su vez con gentileza. Desde entonces, cada vez que limpia el frente de su casa, limpia también el mío y nos hemos vuelto amigas. (R.C.- Colombia)
A cargo de Chiara Favotti
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