El sábado 8 de junio, la Presidente del Movimiento de los Focolares, María Voce, ha sido invitada a participar en la conferencia internacional de los líderes de la Renovación Carismática Católica, organizada por CHARIS (Catholic Charismatic Renewal International Service), el nuevo servicio instituido por la Santa Sede a través del Dicasterio para los Laicos, la Familia y la Vida, que ha comenzado oficialmente su actividad el día de Pentecostés. María Voce en su intervención ha hablado de lo que representa el Espíritu Santo en el Movimiento de los Focolares. A continuación, algunos fragmentos de su exposición. Queridos amigos: El Espíritu Santo siempre ha tenido en nuestra historia un rol importantísimo. Y Chiara Lubich, fundadora y primera presidenta del Movimiento de los Focolares, lo ha subrayado repetidas veces : “Ha sido nuestro Maestro”, “el gran protagonista de nuestra historia”, “el dador de nuestro Carisma”. Siempre ha sido Él quien ha iluminado, guiado, sostenido, difundido lo que nosotros llamamos “el Ideal”, es decir, Dios, descubierto y redescubierto a través de la espiritualidad de la unidad. “Ideal” que, inundándonos de luz, nos lanza cada día a una aventura divina siempre nueva, única y estupenda. Cierto, al principio de nuestra historia – en la década de 1940 – no era tan evidente esta función del Espíritu Santo: Durante varios años no hablamos mucho de Él y de lo que obraba entre nosotros, porque Él mismo lo quiso así. Como Chiara dijo en un Congreso de la Renovación Carismática en 2003: “Se mantuvo cuidadosamente escondido, y en un cierto sentido, desapareció, se anuló, dándonos así una lección que jamás olvidaremos: Él, que lo personifica, nos enseñó lo que es el amor: es vivir por los demás, poner de relieve a los demás” . Sin embargo, desde los primeros tiempos, en los varios puntos de la espiritualidad de la unidad, que fueron delineándose poco a poco, se descubre la huella viva de la silenciosa pero activa presencia del Espíritu. Basta pensar en la experiencia hecha durante la Segunda Guerra Mundial en un “sótano oscuro” donde, refugiándose de las bombas, Chiara abre el Evangelio y tiene la impresión de que cada página se ilumine con una luz nueva: es el Espíritu Santo que le hace oír la Palabra de Jesús pronunciada dos mil años atrás como una Palabra viva, que siempre es posible actuar, adecuada para todos los tiempos y para cada situación. El amor por la Palabra de Dios –que todavía hoy tratamos de vivir mes por mes para reevangelizarnos continuamente– es uno de los puntos fundamentales de nuestra espiritualidad. Durante el verano de 1949, caracterizado por una experiencia mística especial vivida por Chiara, encontramos al Espíritu Santo como su tácito compañero de viaje, Aquel que cada día le permite vivir “Realidades infinitamente hermosas” . En aquella circunstancia ella comprende que el Espíritu Santo, la Tercera Persona de la Trinidad, es “todo el aliento de Jesús, todo el Calor, su Vida”, “el aire del Cielo”, el aire “del cual todo el Cielo está impregnado” . Y siempre en aquel periodo el Espíritu Santo le revela una comprensión totalmente nueva de María , comprensión que después será determinante para el desarrollo del Carisma y para la misma constitución de la Obra, que más tarde llevará su nombre. En el camino espiritual emprendido, Chiara siempre ha exhortado a ser “discípulos asiduos de este gran Maestro”; a estar atentos a sus misteriosos y delicadísimos toques; a no desperdiciar ninguna de sus posibles inspiraciones . Por eso, siempre ha sido una praxis común en nuestra vida “escuchar esa voz”, es decir, la voz del Espíritu Santo que habita en nuestros corazones, una “voz” que habla fuerte, que inspira, que guía, si nos ponemos en una actitud de amor respecto a Dios y a los hermanos; una “voz” que ayuda a llevar al mundo la revolución evangélica del amor. Entre los numerosos efectos suscitados por el Espíritu Santo, uno que continuamente experimentamos en nuestras comunidades, en nuestras ciudadelas, en nuestros pequeños o grandes encuentros, es esa “atmósfera” que se crea como fruto de una unidad profunda generada por la presencia de Jesús Resucitado entre nosotros (Cf. Mt 18,20). Pero Jesús puede estar en medio de nosotros solo si nuestro amor recíproco tiene la medida del suyo (“como yo los he amado”). Para esto tenemos que mirar a Él crucificado –que, por amor, experimentó incluso el abandono– y reconocerlo y amarlo en todos los dolores que encontramos, haciéndonos nada como Él. “Jesús Abandonado es la nada, es el punto y a través del punto (= el Amor reducido al extremo, habiendo dado todo) pasa solo la Sencillez que es Dios: el Amor. Solo el Amor penetra…” . Así podemos dejar vivir al Resucitado en nosotros, y el Resucitado trae consigo su Espíritu. Experimentamos que, cuando está Jesús en medio de nosotros, la voz del Espíritu Santo se amplía fuertemente, como a través de un “altavoz” . Invocamos además la presencia del Espíritu Santo especialmente con nuestra típica oración, que es el consenserint, a la luz de las palabras de Jesús: “En verdad les digo, “si en la tierra dos de ustedes se ponen de acuerdo para pedir alguna cosa, mi Padre Celestial se lo concederá.” (Cf. Mt 18,19). A través de esta oración nos dirigimos al Padre confiándole cada necesidad y ¡cuántas gracias, variadas e impensables, hemos obtenido así! Experimentamos también que el Espíritu Santo entra en la vida y en la historia de cada uno y renueva desde dentro no solo un aspecto sino cada realidad humana, para conducir a toda la humanidad al cumplimiento del proyecto de Dios sobre el hombre y sobre el cosmos. Y que, poniendo a la base de las relaciones entre las personas el amor recíproco como reflejo del amor trinitario, se puede transformar realmente el mundo en cada ámbito: político, económico, cultural, artístico, educativo, etc. . “He sentido –nos confía Chiara– que he sido creada como un don para quien está cerca de mí y quien está cerca de mí ha sido creado por Dios como un don para mí. Del mismo modo que el Padre en la Trinidad es todo para el Hijo y el Hijo es todo para el Padre. Y por eso la relación entre nosotros es el Espíritu Santo, la misma relación que hay entre las Personas de la Trinidad” . Estamos convencidos de que todos, grandes y pequeños, podemos ser “portadores” de Espíritu Santo: para hacer resplandecer lo divino no solo dentro de la Iglesia, sino también fuera, en el mundo que se nos ha confiado. Estamos llamados a trazar, por donde pasamos, “estelas de luz” y así dar también nuestra contribución a la humanidad que nos rodea para encontrar juntos el verdadero sentido de nuestro caminar. Quisiera concluir con un sueño de Chiara, que ella le confió completamente al Espíritu Santo. Un sueño que también es mío y, pienso, también de ustedes: “Sueño que el Espíritu Santo continúe invadiendo las Iglesias y potencie las “semillas del Verbo” más allá de sus fronteras, para que el mundo sea invadido por las continuas novedades de luz, de vida, de obras que sólo Él sabe generar. Para que hombres y mujeres cada vez más numerosos emprendan caminos rectos, converjan en su Creador, predispongan almas y corazones a su servicio” .
Poner en práctica el amor
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