El 30 de agosto de 2019, en uno de los últimos días soleados del verano, nos dejó Albert Dreston, profesor, teólogo, focolarino y protagonista –por generaciones– también del fútbol de Loppiano, la ciudadela internacional de los Focolares, en Italia, en donde vivió 52 años. Su historia, desde los primeros años de vida, no es nada simple. Nace en la Renania, Alemania, en 1939, cuando tenía seis años pierde a su padre durante la Segunda Guerra Mundial. A pesar del dolor, entre las lágrimas, hace el primer descubrimiento de Dios: “De pronto –cuenta– una fuerza y una voz dentro de mí, como si Dios me dijera: ‘No has quedado huérfano, yo soy tu padre’. Desde ese momento nunca sentí la ausencia de mi padre, nunca experimenté que estaba solo”. Siendo aún joven le tuvieron que extirpar un riñón y parecía que no iba a poder vivir por mucho tiempo. Como a menudo sucede, sin embargo, el paso de quien está dispuesto a dejarlo todo es también el primero hacia la revelación de un gran “tesoro”. Así en 1957, en la ciudad de Münster, durante un encuentro con algunos focolarinos queda impactado por “Jesús en medio como fruto del amor recíproco”. Su vida emprende en ese momento el camino del Ideal que lo ayudará a vivir las tribulaciones y las dificultades de salud con una nueva conciencia. Al año siguiente el Padre Foresi y Chiara dan el consentimiento para que entre a formar parte de la comunidad del focolar y algunos años más tarde el mismo Padre Foresi le comunica que, cuando termine los estudios de Antiguo Testamento, irá a enseñar Sagrada Escritura en Loppiano, la primera Mariápolis permanente. Era el año 1967, Albert tenía 28 años, sus condiciones físicas mejoraron, en Loppiano vivió el deporte como un elemento imprescindible para su relación con los demás, la acogida y el conocimiento recíproco. En ese marco exterior empezó para él un período nuevo: joven formador en medio de jóvenes de todo el mundo. En los años de servicio en la ciudadela nunca dejó de ser un punto de referencia. Enseñaba en el aula y en el campo de deportes, con la dedicación de quien es un apasionado del fútbol, con la inteligencia del maestro y el afecto del focolarino. Por cierto no puede decirse que haya sido un futbolista excepcional, con jugadas refinadas, y tampoco un gran goleador. Era algo más. En los últimos años, habiendo ya superado las 75 primaveras, podía suceder que no se sintiera en condiciones de jugar, pero igualmente se lo veía allí, 30 minutos antes del horario estipulado, recibiendo a los jugadores y acomodando ese mismo campo de fútbol que a los pocos meses llevaría su nombre. Era algo más, sí, defensor tempestivo, en un solo partido era capaz de hacer de custodio de la cancha, entrenador, árbitro, juez de línea, y sobre todo director técnico… porque como primera cosa había que armar los equipos y él siempre conseguía un par de buenos defensores (no importaba que fueran africanos, brasileños o asiáticos). Por todo ello Albert Dreston “era” el fútbol de Loppiano, un verdadero capitán, porque era un compañero de equipo de todos, incluso del adversario. Una auténtica… “leyenda”. Pronunciar su nombre hoy es abrir el gran libro del Movimiento de los Focolares, rico de personas queridas, vidas preciosas. Es detenerse en el capítulo de un hombre que en las formas más variadas supo donar su tiempo para ayudar a los demás. En los últimos años alguno se preguntaba si todavía podía seguir jugando al fútbol, pensando que tal vez había llegado el momento de hacer un partido de despedida, colgar el calzado deportivo en el clavo y cerrar gloriosamente esa historia. Alguno tuvo el coraje de susurránselo con respeto. Todos éramos ingenuos, y lo intentamos. Albert, con testaruda y teutónica coherencia respondía: “Yo pasaré del campo de deportes al campo santo” Y así, de alguna manera, ha sido. Nos despidió un viernes. Como siempre en los tiempos justos: para las últimas convocatorias en vísperas del partido, para formar los equipos y seguir jugando… en los Campos Elíseos. Que tengas un hermoso paraíso futbolístico, capitán… y ¡gracias!
Andrea Cardinali
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