El 5 de febrero de 2020 el focolarino colombiano Juan Carlos Duque, falleció a causa de un accidente en el Centro “Fiore” de Lima (Perú) en donde vivía en el focolar. Pocos días antes, preparándose al sacerdozio, había recibido la ordenación diaconal rodeado de la comunidad en fiesta. Publicamos una carta de despedida escrita por Gustavo Clariá, uno de sus compañeros de focolar. Querido Juan Carlos: Te pedí, como hice muchas veces, que me ayudaras; esta vez, a entrar en una cuenta de correo electrónico porque tenía que responder a varios mensajes. Tenía la clave, pero solo no lograba. Como siempre, y a pesar de que nos estaban llamando para almorzar, te hiciste cargo y resolviste mi problema con tu habitual velocidad. El almuerzo fue como todos los días: discursos serios mezclados con bromas, tu inconfundible carcajada, felices de estar todos juntos. Fuiste el primero que se levantó para llevar los platos a lavar y saliste corriendo hacia “tu” Centro Fiore, para tratar de reactivar el inmenso tanque de agua inutilizado desde hacía tiempo. Yo fui a descansar. Pasaron algunos minutos y sonó mi celular. Era Pacho: “Juan Carlos tuvo un accidente grave … pisó en falso en el techo y precipitó … falleció …”. No podía creer a lo que me estaba diciendo, mi persona rechazaba de lleno lo que mis oídos habían escuchado. Sólo logré decir “Dios mío”, “Dios mío”, “Dios mío” … no sé cuántas veces lo repetí y seguí repitiéndolo, en silencio, mientras corríamos con Mario al cercano Centro Fiore. Incrédulos, constatamos lo sucedido con nuestros propios ojos … Ese día, 5 de febrero a las 15:15, cambió nuestra existencia habitual. Ya nada era como antes y había que acostumbrarse y aceptar la realidad. Yo, lo sabes, fui tres veces a la capilla, confundido y pidiendo explicaciones: “¿Cómo es posible?”, “hemos dado la vida para seguirte y Tú, de qué lado estás …?”. Silencio. A la tercera vez me respondiste: “todavía tienes muchas cosas que perder”. Salí casi humillado, comprendiendo que estaba muy lejos de donde habías llegado tú, Juan Carlos. Creíamos que te estabas preparando al sacerdocio … en realidad te preparabas al gran encuentro de la Vida. Con el pasar de las horas y a fuerza de pedir “aumenta nuestra fe”, esa trágica caída que constatamos con nuestros pobres ojos, se fue transformando en un magistral “vuelo” hacia lo Alto, para los ojos de la fe. Sí, amigo y hermano, no fue una caída sino un VUELO. Ya nos lo habías anunciado el 25 de enero, en tu ordenación diaconal. Habías recordado a S. Felipe Neri, ese genial santo toscano que, cuando lo nombraron monseñor, tiró el sombrero al aire exclamando “Paraíso, Paraíso”. No le interesaban los títulos, sólo el encuentro con Dios … allí en donde ahora estás, junto a los que te precedieron. Adios (= A Dios), querido Juan Carlos. Hasta que Dios quiera que nos volvamos a reunir, todos juntos, para nunca más separarnos. Nos faltará tu alegría, tus carjadas sonoras, las arepas y el pollo a la sal … tu disponibilidad y premura hacia cada uno de nosotros, tu capacidad de resolver los problemas y de “dar sabor a la vida”, tu transparencia y radicalidad de simple focolarino,amigo de Jesús. Permanecerás en nuestras vidas como un faro de luz que nos acompaña y nos guía.
Gustavo E. Clariá
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