Movimiento de los Focolares

Evangelio vivido: el otro, mi fortuna

Abr 29, 2020

Todo depende de cómo miramos al “otro”, el hermano o la hermana, las situaciones se pueden transformar si decidimos amar.

Todo depende de cómo miramos al “otro”, el hermano o la hermana, las situaciones se pueden transformar si decidimos amar. Tiempos duros Krystyna me hablaba de los tiempos duros de la Polonia en estado de guerra: “Faltaban alimentos y productos de limpieza, entonces recibíamos cosas de amigos de la antigua Alemania Oriental. En cambio nuestros vecinos organizaban fiestas con mucho licor. Sin embargo un día notamos en su apartamento un insólito silencio y de la niña, que había quedado sola, supimos que la mamá estaba en el hospital. Fui a visitarla llevando conmigo jabón y pasta de dientes que en ese momento eran productos que no se encontraban. Cuando me vio se quedó petrificada: “¿Precisamente usted, a quien siempre he molestado, viene a verme? Ninguno de los amigos que frecuento vino. Una vez que le dieron de alta del hospital, me invitó a su casa. La acogida fue cálida. Después empezó a confiarme algo de su triste infancia, y de la falta de sentido de su vida y de la necesidad que tenía de salir de cierto círculo. La escuché con amor y le aseguré mis oraciones. Después el hombre que vivía con ella se fue y la rumorosa compañía dejó de visitar esa casa. Ahora esa mamá podía ofrecer una vida “normal” a su hija”. B.V. – Polonia Joven pareja del Sur Provenientes del Sur de Italia, se habían transferido al Norte para salir de un pueblo donde dominaba la mafia. Tenían necesidad de encontrar una casa y un trabajo para ambos. Mi situación económica no era muy florida, pero con fe me puse a ayudarlos a buscar alojamiento. Lamentablemente, cuando decía que eran del Sur, muchos cerraban la puerta. Lloré con ellos y una vez más me di cuenta que sólo un pobre puede entender a otro pobre. Viví junto a esa joven pareja muchas humillaciones y, cuando finalmente encontramos casa y trabajo, descubrí cuánto me había enriquecido el compartir con ellos. V.M. – Italia Los manteles robados Trabajo como cajera en un restaurante. No me daba escrúpulo pedir en la cocina los sobrantes para llevarlos a los niños de la calle. Siempre son muchos los que encuentro a lo largo del camino de vuelta a casa. Un día, mientras estaba bajando del autobús, ¡alguien me arrancó de las manos la cartera y escapó corriendo! Quedé desconcertada; dentro había diez manteles del restaurante que acababa de retirar de la lavandería. ¿Qué hacer? ¿Cómo decírselo a mi jefe? Comprar la tela para volverlos a hacer era impensable, dadas mis reducidas posibilidades, y no sabía cómo decírselo a mi madre y al director del restaurante. Pero estaba segura que el Eterno Padre me ayudaría. Al día siguiente le dije a mi jefe lo que había sucedido y él, sin inmutarse, me dijo que esperaba los manteles lo antes posible. A este punto un cliente que había escuchado nuestra conversación se acercó y declaró su disponibilidad para comprar la tela necesaria para confeccionar manteles nuevos. ¡Increíble! Mi primer impulso de alegría fue pensando en los niños que habría podido seguir ayudando con la comida. D.F. – Filipinas Confianza Encontré a Álvaro en una taberna, con 35 años, descuidado y con la barba larga. Cuando me pidió si lo podía ayudar a llenar una solicitud de trabajo, le di cita para el día siguiente en mi oficina. Se presentó hacia la tarde, diciendo que en realidad lo que pedía era sólo amistad. Me suscitó compasión y, superando el disgusto por el olor que emanaba, le ofrecí un brandy. Él entendió que yo no lo juzgaba y empezó a contarme sus problemas, de cuando siendo niño había sido abandonado por su madre, mientras que su padre había terminado en prisión. Las horas pasaban y él, como en confesión, seguía hablándome de sí. Estaba amaneciendo cuando se dio cuenta de que era de día y, disculpándose, se despidió. Lo volví a ver otras veces, le hice conocer a mis amigos que lo acogieron con igual familiaridad. Él correspondía haciendo varios trabajitos, realmente sabía arreglar todo. Después logró encontrar un trabajo estable, e hizo carrera, se casó y se convirtió en padre de dos niños. Cuando años después me contó todo esto era otra persona. Había encontrado su dignidad, gracias a la confianza que le habíamos demostrado. A.C. – Italia

a cargo de Stefania Tanesini

(tomado del Evangelio del día, Città Nuova, anno VI, n.2, marzo-abril 2020)  

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