Movimiento de los Focolares

Una gimnasia útil

Ago 17, 2020

La presencia de Jesús, el Resucitado, en medio de dos o más personas reunidas en su nombre es uno de los puntos fundamentales de la espiritualidad de los Focolares. El Movimiento, de hecho, se siente llamado a “generar” esta presencia suya en todos los ámbitos de la existencia humana. Pero, ¿qué hacer cuando nos encontramos solos? Chiara Lubich propone una gimnasia espiritual.

La presencia de Jesús, el Resucitado, en medio de dos o más personas reunidas en su nombre es uno de los puntos fundamentales de la espiritualidad de los Focolares. El Movimiento, de hecho, se siente llamado a “generar” esta presencia suya en todos los ámbitos de la existencia humana. Pero, ¿qué hacer cuando nos encontramos solos? Chiara Lubich propone una gimnasia espiritual. Hoy, en el mundo en que vivimos, muchas veces nos toca relacionarnos con personas que son rectas y buenas pero no sienten la necesidad de creer. Alguno desearía incluso creer, pero, inmerso como está en un mundo que debería ser cristiano y a menudo no lo es, no tiene la fuerza de decidirse y espera, y por eso se pone entre los que se declaran en búsqueda. […] Espera, quizá de manera inconsciente, encontrarse un día con Jesús. Y es ante este caso […] donde constatamos la enorme actualidad, oportunidad y urgencia de nuestra espiritualidad y del punto en cuestión (que, abreviándolo, definimos: «Jesús en medio de nosotros»). […] Él atestigua, demuestra que no es una realidad de tiempos pasados, porque es Él que manteniendo su promesa: «Y he aquí que yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin del mundo»[1], sigue estando presente, vivo, luminoso y amante también hoy entre los hermanos. Nuestro gran deber es traerlo a Él en medio de nosotros. Y podemos hacerlo poniendo en práctica sus mandamientos, que se resumen en vivir el mandamiento nuevo teniendo como modelo a Jesús Abandonado. Pero vivir sus mandamientos –como dijo Él– es llevar un yugo ligero y suave. […] Pero ¿puede ser siempre así? Generalmente sí, pero se necesitan dos o más personas unidas en su nombre. ¿Y cuando estemos solos o cuando los demás no comprendan nuestro amor? Sabemos que, abrazando a Jesús Abandonado en momentos así, podemos mantenernos en pie, en la paz y también en la alegría, y podemos trabajar, rezar, estudiar y vivir con la plenitud en el corazón. Sin embargo, puede haber momentos en los que parece difícil definir como ligero y suave el yugo del Señor. Por ejemplo, hay periodos en los que falla la salud, lo cual influye también en el alma, nos encierra en nosotros mismos y nos hace casi incapaces de relacionarnos con los hermanos. […] O muertes repentinas o accidentes imprevistos que nos dejan sin aliento y nos parece difícil que otros puedan comprender. O la aparición de una enfermedad que parece mortal… O…, o… Todas ellas son circunstancias dolorosas que Dios permite para trabajarnos con ese medio del que no se puede prescindir en el cristianismo y que el propio Jesús sufrió: la cruz. ¿Cómo comportarnos en estos trances? Intentemos alegrarnos, por lo menos con la voluntad, para ser un poco como Él en su abandono, arrojando toda preocupación en el corazón del Padre[2]. Permanezcamos en un ofrecimiento continuo, ayudados por la gracia del momento, que no faltará, hasta que Dios devuelva plenamente la serenidad a nuestra alma en prueba. Pero tengamos presente que siempre debemos amar a los hermanos, naturalmente como podamos y en la medida en que podamos, teniendo confianza con ellos, al menos en líneas generales. Digamos, por ejemplo: «Estoy pasando por una prueba…». Digámoslo por amor, para que no disminuya la comunión. Por otra parte, comunicar es siempre el mejor tónico en cualquier situación. De esta forma, Jesús entre nosotros […] nos mantendrá a flote también en estos momentos y demostrará que, siempre y a pesar de todo, su yugo puede ser ligero y suave.

Chiara Lubich

(En una conferencia telefónica, Rocca di Papa, 24 de abril de 1997) Cf. “Una gimnasia útil”, en: Chiara Lubich, Construir el “Castillo exterior”, Ciudad Nueva, Madrid 2004, págs. 15-18 [1] Mt 28,20 [2] Cf. 1 P 5,7

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