Cuando Chiara Lubich hablaba de sufrimiento y de dolor no se limitaba a un concepto filosófico, psicológico o espiritual, sino que mantenía siempre la mirada dirigida a quien le gustaba llamar “el Esposo de su alma”: Jesús en el momento en que en la cruz experimentó el abandono del Padre: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”. (Mt 27,46). En su íntima y misteriosa relación con Él encontró la fuerza para aceptar todo dolor y transformarlo en amor. Sería como para morirse si no pudiéramos dirigir nuestra mirada a Ti, que conviertes, como por encanto, toda amargura en dulzura; a Ti, sobre la cruz, en tu grito, en la más alta suspensión, en la inactividad absoluta, en la muerte viva, cuando hecho frío, arrojaste todo tu fuego sobre la tierra y, hecho inmovilidad infinita, arrojaste tu vida infinita sobre nosotros, que ahora la vivimos con embriaguez. Nos basta vernos semejantes a Ti, al menos un poco, y unir nuestro dolor al tuyo y ofrecerlo al Padre. Para que tuviéramos la Luz, se nubló tu vista. Para que tuviéramos la unión, probaste la separación del Padre. Para que poseyéramos la sabiduría, te hiciste «ignorancia». Para que nos revistiéramos de inocencia, te hiciste «pecado». Para que Dios estuviera en nosotros, lo sentiste alejado de Ti.
Chiara Lubich
El atractivo de nuestro tiempo. Escritos Espirituales/1, Ciudad Nueva, Madrid, 1995, p.41.
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