Jesús nos invita a seguirlo, a hacer de nuestra existencia un regalo al Padre como él; nos propone imitarlo en salir al encuentro con delicadeza de las necesidades de cada persona con quien compartimos una pequeña o gran parte de nuestra jornada, con generosidad y desinterés. El vecino Como le habían amputado la pierna, ante cualquier necesidad, nuestro vecino le pedía ayuda a mi esposo, quien a menudo llegaba tarde a casa porque estaba ocupado con él. Su hijo, aunque vivía cerca, no se interesaba por sus padres, pues entre ellos se interponían viejos rencores. Un día, todos en familia, decidimos celebrar el cumpleaños de nuestro vecino con nosotros e invitar, para la ocasión, a la familia del hijo y a otras personas del barrio. En el ambiente de amistad que se había creado, algunos de ellos se ofrecieron a dar una mano. Algunos se ocuparon del jardín, otro de la revisión del coche, otro encontró tiempo para ayudar con la limpieza. Ante tanta generosidad, incluso el hijo del vecino no pudo abstenerse de colaborar. Desde entonces hemos seguido celebrando cumpleaños y varios aniversarios en nuestra casa. Los rencores han desaparecido. También los niños se han beneficiado ya que ahora van a la casa del vecino a escuchar cuentos y aprender a trabajar con la madera. (F. F. – Eslovaquia) Recolección de basura Un domingo iba en bicicleta por un sendero de montaña cuando he visto la basura dejada por alguien que había estado haciendo un picnic, esto me indignó. Este descuido de la naturaleza, regalo de Dios, me parecía intolerable y en lugar de continuar comencé a recoger esa basura. Pero después aparecieron otras cosas: botellas de plástico y vidrio, bolsas vacías, rollos de papel, envoltorios de papas fritas… ¿Qué hacer? Cambié mis planes y mi recorrido en bicicleta se convirtió en una recolección ecológica. Una familia paseando, viéndome trabajar, sin decir nada se unió a mí para darme una mano, incluidos los niños que parecían divertirse mucho cuando veían un papel o una botella en el camino. Pronto me hice amigo de esa familia; luego se nos ocurrió la idea de futuras campañas de recolección de residuos en las que involucrar a otros interesados en ayudarnos. Y así, otros domingos nuestros paseos se convirtieron en limpieza de senderos. Siempre es así, basta empezar. (D. H. – Alemania) Olvidar las llaves Pedaleaba en bicicleta cuando me di cuenta de que me había traído las llaves de la casa que generalmente dejamos en un lugar del jardín. Mi esposa estaba en el trabajo y tampoco nuestra hija podría entrar después de la escuela. No podía más que volver y dejar las llaves. En el camino de regreso, desplomado en un banco, reconocí a un amigo mío. Estaba borracho y se quejaba de un esguince en el pie, que estaba muy hinchado. Lo recogí y lo llevé a casa de sus padres, afortunadamente no muy lejos de allí. Siendo ancianos y no podían acompañar al hijo a la sala de urgencias, me encargué de ello. Pero primero fui a casa para devolver las llaves. Mientras esperábamos nuestro turno en el hospital, mi amigo, que mientras tanto había recuperado la lucidez, me habló de su esposa e hijos que no lo aceptaban. Desde ese día, ocuparme de mi amigo y de sus padres se convirtió en un compromiso fijo para mí. También contacté a su familia: ahora parecen más dispuestos a reconciliarse. Olvidar las llaves había sido providencial. (R. N. – Bélgica)
Stefania Tanesini
(tomado del El Evangelio del Día, Città Nuova, año VII, n. 1, enero-febrero de 2021)
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