Vivir por la unidad, significa contribuir en primera persona, cotidianamente, empezando por las relaciones familiares, en el trabajo, seguros que así se transforman las situaciones, se crea comunión, fraternidad y solidaridad. Otra lógica Aquella mañana, regresando de la misa dominical, encontré un caos en la cocina, evidencia de que nuestro hijo y sus amigos habían estado parrandeando dejando un caos. Habría sido justo y educativo dejar las cosas como estaban para que se «vieran», así después habríamos hablado. Pero la lectura del Evangelio que recién habían escuchado no me dejaba en paz, se refería al perdón. Perdonar setenta veces siete. Mientras empezaba a poner orden, sentía que se habría paso en mi una «justicia» diferente, según otra lógica. Era como si ese desorden externo tuviese que encontrar primero un espacio dentro de mí. El enojo y la desilusión que sentía hacia nuestro hijo fueron perdiendo fuerza. Cuando el chico se despertó, me preguntó por qué estaba tan feliz. No advirtiendo un reproche, después de un momento de silencio se abrió, había entrado en el círculo de la droga y pedía ayuda. Más tarde lo conversamos con el papá. Como una semilla, la Palabra empezaba a germinar. A partir se ese momento la situación de nuestro hijo y, como consecuencia, de toda la familia, cambió. (M. J. – Noruega) La lección de mi hija Como responsable de un importante sector de la empresa en la que trabajo, mi primer compromiso ha sido ayudar a los empleados a dar el máximo con competencia y precisión. Pero después de algunos años alguno prefirió que lo despidieran, otros se quejaban. ¿Qué era lo que no funcionaba? No entendía… un día mi hija más pequeña me dio una gran lección. Estaba ayudándola a hacer las tareas y revisando su cuaderno, le hice notar las correcciones de la maestra. Ella, entre lágrimas me dijo: “Papá, ¿tú ves sólo los errores? ¿No ves las páginas con la nota máxima?”. Era el mismo error que estaba cometiendo en el trabajo, ver sólo los defectos de los demás. Fue una luz. A partir de ese momento traté de ponerme otro par de lentes, los que da el amor. No fue fácil. En secreto empecé a contar cuántas veces lo lograba y cada día el número aumentaba. Un día uno de mis trabajadores me preguntó por qué estaba tan contento. Fue la ocasión para contarle de la lección que me había dado mi hija. (J. G. – Portugal) Marido alcohólico Con un marido adicto al alcohol, ya no había fiestas, aniversarios ni amistades. Y esto habría sido soportable si no hubiese tenido también exabruptos violentos. Vivíamos de su pensión (cuando lográramos que no se la gastara) y del trabajo de limpieza que yo hacía en el edificio. En algunos momentos seguir adelante en estas condiciones requería heroísmo. «¿Por qué no lo dejas?», me repetían mis parientes y hasta mis hijos, que se habían ido de la casa por culpa suya. Pero después habría terminado en la calle. Esto me hacía quedarme, era el padre de mis hijos. Durante un periodo en el que tuvo que someterse a una operación, la falta de alcohol lo ponía todavía más agitado. Sin embargo aceptó someterse a un tratamiento para desintoxicarse. Fue largo, pero empezó a dar algunos pasos. Me parecía ver a un niño que está aprendiendo a caminar. Después de algunos años volvió a sentir ganas de vivir, de gozar de su familia y también de su primer nieto. Nos encaminamos hacia el final de la vida. Puedo decir que sin la fe no habría tenido la fuerza de permanecer a su lado. (M. D. – Hungría)
a cargo de Stefania Tanesini
(Tomado de “Il Vangelo del Giorno” (El Evangelio del día), Città Nuova, año VII, n.1, enero-febrero 2021)
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