Como el ancla, que aferrándose al fondo marino da a los navegantes seguridad, así es la esperanza que nos mantiene seguros en Dios y que refuerza nuestra fe. Clase de francés En el liceo, clase de francés. El profesor no llegaba. Estábamos juntas dos secciones, no nos conocíamos y durante la espera crecía la incomodidad. A este punto, superando el temor de ser juzgado o que se burlaran de mí, tomé la iniciativa de compartir con mis compañeros algunos textos de poesías en francés, idioma que conozco bastante bien. Después me puse a escribir en la pizarra, siempre en francés, el “Padre nuestro”. Los demás empezaron a copiar el texto. Cuando recién terminé de escribir, entró la profesora, que, viendo a los alumnos que trabajaban silenciosamente, se quedó sorprendida, casi conmovida. Resultado: le puso un 10 -la nota más alta- a toda la clase. (Ralf – Rumanía) El suicidio de un hijo Luca tenía 19 años y era muy sensible. No lograba aceptar el mal que a veces parece prevalecer en el mundo. Cuando se suicidó, solo el anclarnos en Dios y el apoyo de la comunidad nos dieron un poco de alivio y esperanza. Nuestra relación como pareja subió de nivel. También nuestro otro hijo, Enrico, reaccionó poniéndose al servicio de los demás y ahora trabaja en una comunidad de jóvenes desadaptados. Ciertamente con el pasar del tiempo advertimos fuerte la ausencia de Luca, pero un hecho nos ha dado fuerza. Un amigo nuestro nos habló de un joven enfermo de cáncer que, cansado de todo, rechazaba la quimioterapia y prefería dejarse morir. Le hablé de Luca, que también había frecuentado su escuela, y de cómo su trágica desaparición había llevado a mucha gente a “despertar” y ser más sensible con los demás, y al final ese joven aceptó continuar con el tratamiento. Este episodio nos hizo entender que la vida sigue adelante y fue el estímulo para ser fuertes y sembrar esperanza en quienes encontramos. (Maurizio – Italia) Mi ambición Después de haber trabajado durante años en un conjunto musical de éxito, con el crecimiento de mi familia había emprendido un trabajo en una agencia cultural que organizaba conciertos. Pero debido a los efectos de la pandemia muchas cosas cambiaron, también para mí; había pocos contratos, pocos espectáculos. Ante un futuro cada vez más incierto me preguntaba cómo salir adelante. Después, recibí una llamada telefónica de una persona que había conocido porque me había ayudado cargando y descargando instrumentos, quería saber cómo me estaba yendo, si tenía necesidad de trabajo, dado que en el supermercado donde trabajaba necesitaban personal. Acepté. Y de esta forma pasé de los contactos con las filarmónicas a ayudar a la viejita desorientada a encontrar el estante donde estaban los huevos y el aceite… La gran lección de la pandemia ha sido precisamente esta, el amor pasa a través de pequeños gestos de amor silenciosos, y no a través de proclamas ruidosas. En mi juventud mi verdadera ambición era llegar a ser rico… ahora soy rico en otro sentido, he descubierto una dimensión más auténtica y más bella de la humanidad. (T. M. – República Checa)
A cargo de Lorenzo Russo
(tomado de Il Vangelo del Giorno (El Evangelio del día), Città Nuova, anño VII, n.4, julio-agosto 2021)
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