Chiara Lubich nos recuerda que el reino de Dios pertenece a los que son como niños. Porque el niño se abandona confiadamente a su padre y a su madre: cree en su amor. Así, el cristiano auténtico, como el niño, cree en el amor de Dios, se lanza en los brazos del Padre celestial. Jesús desconcierta siempre con su modo de actuar y de hablar. Se aparta de la mentalidad común que consideraba a los niños insignificantes desde el punto de vista social. Los Apóstoles no quieren que estén a su alrededor, en el mundo de los “adultos”, pues no harían más que estorbar. También los sumos sacerdotes y los escribas “viendo a los niños que aclamaban en el templo: ¡Hosanna al hijo de David!”, se indignaron, y le pidieron a Jesús que los llamase al orden. Jesús, en cambio, tiene una actitud diferente ante los niños: los llama, los abraza, les abre sus brazos, los bendice y además los pone como modelo para sus discípulos: “De los que son como ellos es el Reino de los cielos”. En otro pasaje del Evangelio, Jesús dice que si no nos convertimos y nos hacemos como niños no entraremos en el Reino de los cielos. ¿Por qué el Reino de Dios pertenece al que se parece a un niño? Porque el niño se abandona confiado al padre y a la madre: cree en su amor. Cuando está en sus brazos se siente seguro, no teme nada. Y cuando a su alrededor advierte que hay peligro, le basta abrazarse más fuerte a su papá o a su mamá para sentirse enseguida protegido. A veces, su propio papá parece ponerlo en situaciones difíciles, como por ejemplo, para que un salto resulte más emocionante. Incluso en estas ocasiones, el niño se lanza confiado. Así es como Jesús quiere que sea el discípulo del Reino de los cielos. El cristiano auténtico, como el niño, cree en el amor de Dios, se lanza a los brazos del Padre celestial, pone en ÉI una confianza ilimitada, nada le da miedo porque nunca se siente solo. Aun en las pruebas cree en el amor de Dios, cree que todo lo que sucede es por su bien. ¿Tiene una preocupación? Se la confía al Padre y con la confianza del niño está seguro de que lo resolverá todo. Como un niño que se abandona completamente en Él, sin hacer cálculos. Los niños dependen en todo de los padres para la alimentación, el vestido, la casa, la instrucción. Nosotros también, “niños evangélicos”, dependemos en todo del Padre: nos nutre como a los pájaros del cielo, nos viste como a los lirios del campo, sabe lo que necesitamos aún antes de que se lo pidamos y nos lo da. Incluso el Reino de Dios no se conquista, sino que se acoge como un don de las manos del Padre. Aún más, el niño no hace daño porque no lo conoce. […] El “niño evangélico” pone todo en la misericordia de Dios y, olvidándose del pasado, empieza cada día una vida nueva, estando disponible a las sugerencias del Espíritu Santo, siempre creativo El niño no sabe aprender a hablar solo, necesita que alguien le enseñe. El discípulo de Jesús no sigue sus propios razonamientos, sino que lo aprende todo de la Palabra de Dios hasta hablar y vivir según el Evangelio. El niño tiende a imitar a su propio padre. Si se le pregunta que quiere ser cuando sea mayor, a menudo dice la profesión del padre. Del mismo modo, el “niño evangélico” imita al Padre celestial que es el Amor y ama como Él ama: ama a todos porque el Padre “hace salir el sol sobre malos y buenos y llover sobre justos e injustos”; es el primero en amar porque Él nos amó cuando éramos todavía pecadores; ama gratuitamente, sin interés porque así hace el Padre celestial… Por esto a Jesús le gusta rodearse de niños y los propone como modelo. […]
Chiara Lubich
Palabra de Vida de octubre de 2003 En: Parole di Vita, a cura di Fabio Ciardi, Opere di Chiara Lubich, Città Nuova, 2017, pag. 702
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