La pandemia sigue adelante, mientras se agravan las crisis económicas y sociales que genera; la situación medioambiental del planeta parece dramática y los conflictos en algunas zonas del mundo no parecen atenuarse. ¿Qué hay que hacer? Según Chiara Lubich solo hay un remedio: la fraternidad universal. Hacer de la humanidad una sola familia, empezando por las pequeñas acciones concretas y cotidianas de cada uno. Ante las múltiples dificultades de relación entre mentalidades tan opuestas, entre pueblos tan distintos, culturas tan alejadas unas de otras y religiones con presencia de extremistas que las distorsionan, solo hay un remedio: la fraternidad universal: hacer de la humanidad una sola familia con Dios como Padre y todos los hombres como hermanos. Y ¿cómo hacerlo? ¿Quién está mejor capacitado para ello? No hay duda: uno que supo morir por su ideal pero que luego resucitó para dar a todos la misma posibilidad, Jesús. Tenemos que hacer todo lo posible para traerlo de nuevo a la tierra a través de nosotros y ser nosotros otro Cristo, otro Amor encarnado, Santidad, Perfección, como es Él. Esta es la hora de aspirar decididamente a la perfección. Pero ¿en qué consiste la perfección? Recientemente, en un ensayo sobre la vida espiritual, he leído unas palabras espléndidas de Padres y santos de la Iglesia de gran calibre. Quizá las conozcamos, pero no está de más recordarlas en este momento. Para todas estas personas eminentes de la Iglesia, la perfección consiste en no dejar nunca de crecer, porque quien no avanza, retrocede. Y como el nuestro es un camino del amor, la perfección consiste en crecer siempre en la caridad. Amar, entonces, amar cada vez mejor. Cada vez mejor. ¿Cómo? Fijando la mirada en nuestro modelo perfecto: […] Dios Amor. […] San Francisco de Sales dice: « Quien no gana, pierde; por esta escalera quien no sube, baja; quien no vence, fracasa»*. Es impresionante esta radicalidad que el amor exige. Pero en Dios todo es radical. […] ¿Es difícil? ¿Es fácil? Hay que probar para ver. Entregarnos en cada instante a la voluntad de Dios, al otro, al hermano que debemos amar, al trabajo, al estudio, a la oración, al descanso, a la actividad que nos toca cumplir. Y cada vez mejor, pues de otro modo retrocedemos. Nos ayudará a comportarnos así el repetir antes de cada acción, hasta la más simple y trivial: “Esto es lo más bello que puedo hacer en este momento”. […] De este modo nos entrenamos también nosotros para el cometido que nos espera, específicamente nuestro: la fraternidad universal.
Chiara Lubich
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