El 17 de septiembre de 1948, Chiara Lubich por primera vez conoció en Roma (Italia) a Igino Giordani[1], al que más tarde llamó Foco. Era una terciaria franciscana y estaba acompañada por algunos religiosos de distintas familias franciscanas. Giordani tenía 54 años y era ya un hombre afirmado en el ámbito político y cultural cuando conoció a Chiara Lubich, de 28 años, reconociendo en ella un carisma. Giordani se adhirió inmediatamente a los Focolares y, por su contribución al desarrollo del Movimiento, Chiara Lubich lo consideró cofundador. A continuación el relato de aquel encuentro, extraído del diario de Giordani. “Ver unidos y en armonía a un conventual un menor, un capuchino y un terciario y una terciaria de san Francisco me pareció ya un milagro de unidad, y así lo dije. La señorita habló; (…) ya desde sus primeras palabras advertí algo nuevo. Había un timbre inusitado en aquella voz: el timbre de una convicción profunda y segura que nacía de un sentimiento sobrenatural. (…) Cuando, al cabo de media hora, terminó de hablar, yo estaba sobrecogido en una atmósfera encantada: como en un nimbo de luz y de felicidad; y hubiese querido que aquella voz continuase. Era la voz que, sin darme cuenta de ello, había esperado. Ponía la santidad al alcance de todos; quitaba las verjas que separan el mundo laical de la vida mística. Sacaba a la luz los tesoros de un castillo al que solo pocos eran admitidos. Acercaba a Dios: lo hacía sentir Padre, hermano, amigo, presente en la humanidad. (…) Me sucedió una cosa. Sucedió que aquellos retazos de cultura yuxtapuestos se pusieron a moverse y a animarse, enlazándose hasta formar un cuerpo vivo, recorrido por una sangre generosa: ¿la sangre de la que ardía santa Catalina? Había penetrado el amor embistiendo las ideas, y trayéndolas a una órbita de alegría. Había sucedido que la idea de Dios había hecho sitio al amor de Dios, la imagen ideal al Dios vivo. En Chiara había encontrado no a alguien que hablaba de Dios, sino una que hablaba con Dios: hija que, en el amor, conversaba con el Padre. (…) Todo se iluminó. El dolor asumió un significado salvífico, o se transformó en amor. La vida resultó ser un designio adorable de la voluntad de Dios y cada uno de sus instantes adquirió plenitud y una belleza propia. La naturaleza y la historia se desplegaron en entramados ricos de armonía y sabiduría. Y para vivir esta nueva vida, para nacer en Dios, no tenía que renunciar a mis doctrinas: solo tenía que ponerlas a la llama de la caridad, para vivificarlas. A través del hermano, comencé a vivir a Dios. La gracia brotó libremente, y los diafragmas entre lo sobrenatural y lo natural se derrumbaron. Toda la existencia se convirtió en una aventura, vivida conscientemente en unión con el Creador, que es la vida”.
Igino Giordani
(Igino Giordani, Memorias de un cristiano ingenuo, Ciudad Nueva, Madrid, 2ª ed. 2005, pp. 143-147). [1] Igino Giordani (1894 – 1980) fue un escritor, periodista y político italiano. En 1946 fue elegido miembro de la Asamblea Constituyente y en 1948 diputado como miembro del Partido Democrático en el Parlamento italiano, donde se distinguió por su compromiso en favor de la paz y de la justicia social.
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