A pocos días de la clausura del “Tiempo de la Creación”, algunas reflexiones y experiencias sobre el aporte que nosotros, ciudadanos del mundo, pertenecientes a diferentes religiones, podemos ofrecer para la protección de nuestro planeta y de la humanidad, viendo la creación como un punto de encuentro. Como “una hermana, con la cual compartimos la existencia, y como una madre bella que nos acoge en sus brazos”. Estas son las palabras con las que el Santo Padre, al describir nuestro planeta, nos introduce en su Exhortación Apostólica Laudato Si’. Un llamamiento, el del Papa, dirigido a “todos los hombres de buena voluntad” y a los creyentes de toda fe: “la mayor parte de los habitantes del planeta se declaran creyentes, y esto debe provocar a las religiones a entrar en un diálogo entre ellas orientado al cuidado de la naturaleza, a la defensa de los pobres, a la construcción de redes de respeto y fraternidad”[1]. Nuestra casa está en peligro y la gravedad de la crisis ecológica que estamos viviendo necesita un camino a seguir para el bien común. Profundizar, hasta llegar a la esencia de cada fe, es el camino para descubrir, con asombro, la unidad con la creación. Es la forma de encontrarnos, en la belleza de la diversidad, como hermanos que viven bajo un mismo techo. “El judaísmo enseña que somos compañeros de Dios en la creación”, explica Emily Soloff, director asociado para las relaciones interreligiosas e intergrupales del Comité Judío Estadounidense. “No somos dueños de la creación – continúa – pero tenemos la responsabilidad de proteger y cuidar el mundo. (…) El Shabat es un día de la semana en el que reducimos intencionalmente nuestro consumo de energía al apagar completamente las computadoras, teléfonos y otros dispositivos electrónicos. No conducimos ni hacemos compras en Shabat. Es un día de descanso”. La modernización nos ha alejado, progresivamente, de ver la tierra como una manifestación de lo divino, dejando que el hombre triunfe sobre la naturaleza. Mostafa El-Diwany, médico musulmán del Departamento de Medicina de la Universidad de Montreal-Canadá dice: “En el islam, como en las otras religiones abrahámicas, el eje del ser es la Unidad de Dios; el Creador es la fuente de todo lo que existe (…). Como tal, todo organismo viviente y la materia misma están impregnados de lo Sagrado y, en consecuencia, son sagrados. Esta noción de ninguna manera obstaculiza el estudio objetivo del mundo físico y del hombre en su interior. (…) Dios le dio al hombre la dignidad sobre el resto de su creación confiándole la vicegerencia. Este no es un rol de dominación y explotación, sino un cargo de responsabilidad (…)”. Lo que, por lo tanto, parece ser una crisis ambiental, podría verse como una crisis espiritual, la incapacidad de reconectarse con lo divino y vivir en armonía con la naturaleza. Restaurar el orden con la creación “es la base de los preceptos budistas”, dijo Wasan Jompakdee, miembro cofundador y ex secretario general de la Fundación Dhammanaat para la Conservación y el Desarrollo Rural en Tailandia. Al relatar el trabajo realizado por Phra Ajahn Pongsak Techadhammo, monje fundador, dice: “Hace unos treinta años comenzó a observar la pérdida de árboles y tierras en las montañas del norte de Tailandia. Los embalses de gran altitud que alimentaban los arroyos y ríos de abajo se dañaron, lo que provocó que los ríos se secasen lentamente. (…) Dio un paso radical para revertir la desertificación, movilizando a los habitantes para regenerar sus tierras estériles y restaurar las cuencas hidrográficas. (…) Hoy, las áridas tierras desérticas amarillas que él había protegido reverdecieron con árboles frutales”. Es una lógica de compasión por lo que nos rodea, por ese espacio que se nos ha dado y que debemos compartir. Según el hinduismo, “la naturaleza – dice Meenal Katarnikar, miembro de la Facultad de Filosofía de la Universidad de Mumbai – pertenece a todos, a los animales, los hombres, los dioses y las plantas y ama a todos por igual”. “En la India – continúa – las rimas de nuestra infancia reflejan nuestra amistad con animales como vacas, gorriones y cuervos. Cada bocado con el que la madre alimenta al niño se asocia con ‘hermano gorrión’ o ‘querido cuervo’, o ‘hermano pavo real’”. Esta fraternidad, que tanto recuerda el “Cántico de las criaturas” de san Francisco de Asís, sólo es posible si nos redescubrimos locamente enamorados de la creación. Un impulso que afecta a todos sin distinción, incluso en el ámbito cristiano, donde hay varias Iglesias. El Patriarca Ecuménico de Constantinopla Bartolomé I en la Cumbre de Halki (Turquía) en 2012 dijo: “Los cristianos estamos llamados a aceptar el mundo como sacramento de comunión, como forma de compartir con Dios y con el prójimo a escala global. Es nuestra humilde convicción que lo divino y lo humano se encuentran en el más mínimo detalle del vestido sin costuras de la creación de Dios, incluso en el último granito de polvo de nuestro planeta”[2].
Maria Grazia Berretta
[1] Papa Francisco, Carta Encíclica Laudato si’, 201. [2] Patriarca Ecuménico de Constantinopla, Bartomé I, Discurso Global Responsibility and Ecological Sustainability: Closing Remarks, I Vertice di Halki, Estambul, Turquía, 20 de junio de 2012.
0 comentarios