Establecer relaciones que conduzcan a la paz es algo revolucionario. La paz es un aspecto característico de las relaciones propiamente cristianas que el creyente procura establecer con las personas que trata o que encuentra ocasionalmente: son relaciones de amor sincero, sin falsedad ni engaño, sin ningún tipo de violencia implícita, de rivalidad, competencia o egocentrismo. Trabajar para entablar relaciones así en el mundo es algo revolucionario, pues las relaciones que suele haber en la sociedad son de una naturaleza muy distinta y desgraciadamente permanecen inmutables. Jesús sabía que la convivencia humana era así, y por eso pidió a sus discípulos que dieran siempre el primer paso, sin esperar la iniciativa ni la respuesta del otro, sin pretender la reciprocidad: “Pues yo les digo: amen a sus enemigos… Si no saludan más que a sus hermanos, ¿qué hacen de extraordinario?”[1]. “…Serán llamados hijos de Dios”. Recibir un nombre significa convertirse en lo que el nombre expresa. Pablo llamaba a Dios “el Dios de la paz” y saludaba a los cristianos diciéndoles: “Que el Dios de la paz esté con todos ustedes”.[2] Los que trabajan por la paz manifiestan su parentesco con Dios, actúan como hijos de Dios, dan testimonio de Dios, que – como dice el Concilio – ha grabado en la sociedad humana el orden cuyo fruto es la paz.
Chiara Lubich
Chiara Lubich, en Palabras de Vida, preparado por Fabio Ciardi, Obras de Chiara Lubich, Ciudad Nueva, Madrid, 2020, pp. 204-205. [1] Mt 5, 43, 47 [2] Cf. Fil 4, 9
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