La vida cristiana vivida es luz también hoy día, para llevar los hombres a Dios. Los creyentes, individualmente y como comunidad, tienen que desarrollar una función que Chiara Lubich explica en este fragmento: revelar a través de su vida la presencia de Dios, que se manifiesta allí donde hay dos o tres unidos en su nombre, una presencia prometida a la Iglesia hasta el final de los tiempos. El cristiano no puede huir del mundo, esconderse o considerar la religión como un asunto privado. Él vive en el mundo porque tiene una responsabilidad, una misión ante todos los hombres: ser luz que ilumina. También tú tienes esta tarea, y si no la realizas, tu inutilidad es como la de la sal que ha perdido su sabor o como la de la luz que se vuelve sombra. (…) La luz se manifiesta en las «buenas obras». Resplandece a través de las obras buenas que realizan los cristianos. Me dirás que no solo los cristianos hacen obras buenas. Otros contribuyen al progreso, construyen casas, promueven la justicia… Tienes razón. El cristiano ciertamente hace y debe hacer también todo esto, pero no es esta su única función específica. Debe hacer las obras buenas con un espíritu nuevo, el espíritu que hace que ya no sea él quien vive en sí mismo, sino Cristo en él. (…) Si el cristiano actúa así, es «transparente», y la alabanza que se le dará por lo que hace no le llegará a él sino a Cristo en él, y Dios se hará presente en el mundo a través de él. Así pues, la tarea del cristiano es dejar traslucir esa luz que vive en él, ser «signo» de esta presencia de Dios entre los hombres. (…) Si la obra buena del individuo creyente tiene esta característica, también la comunidad cristiana en medio del mundo debe tener la misma función específica: revelar a través de su vida la presencia de Dios, que se manifiesta allí donde hay dos o tres unidos en su nombre, una presencia prometida a la Iglesia hasta el final de los tiempos.
Chiara Lubich
Chiara Lubich, en Palabras de Vida/1, preparado por Fabio Ciardi, Ciudad Nueva, Madrid 2020, pp. 147-148
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