Donarse y dar lo que más queremos al otro es el gesto más grande que el hombre, saliendo de sí mismo, puede cumplir; es hacer la experiencia de los Reyes Magos que, desde el lejano Oriente, llegaron a la gruta trayendo dones preciosos para honrar al Rey de Reyes. La consecuencia de compartir Soy médico, estoy pensionada desde hace tres años. En los últimos años de mi actividad laboral, antes de la pandemia, desarrollé mi servicio en un centro de vacunación. El trabajo era muy intenso. Estaba bastante cansada y esperaba ansiosamente mi pensión. Con la llegada de la pandemia, y la campaña de vacunación general, se solicitó la disponibilidad de todas las fuerzas necesarias (incluso se convocó al personal médico y de enfermería en pensión), esto suscitó en mí la exigencia de volver al campo, y comprometerme concretamente para contribuir a frenar la ola que nos estaba arrollando. Empecé la campaña de vacunación en un gran centro. Era una empresa desafiante. Como médico me toca hacer la anamnesis de las personas antes de vacunarse y garantizar la idoneidad para una vacuna segura. Se trata de abrir el corazón, además de la mente y los conocimientos científicos y escuchar profundamente a cada persona que tengo delante, entenderla y acompañarla a tomar una decisión consciente sobre lo que es mejor hacer para su bien y el de la colectividad. He podido compartir muchas situaciones dolorosas de enfermedades personales, de historias y sucesos familiares, de temores, ansias, desilusiones, de ideales y proyectos destruidos por la pandemia, de muerte de seres queridos, pero también de alegrías, de esperanza, de liberación, de valentía, de confianza en la ciencia y en la comunidad. Las expresiones que he escuchado que nos dirigen son: “gracias, nos han salvado, nos dan paz… no veía la hora de venir a vacunarme… estoy emocionada… me vacuno no solo por mí, sino por los demás”. Pero la expresión de un señor me dió la medida de lo que puede ser mi servicio a la humanidad. Me dijo: “Yo no soy creyente, pero si Dios existe, lo encontré hoy en usted”. Agradecí a Dios por esta reacción pero sobre todo porque he experimentado la fuerza de la unidad en todo lo que hago y ést es el testimonio del Dios-Trinidad que se manifiesta a través de el “focolar ambulante” que he querido llevar conmigo. (M.P. – Italia) Azúcar y zapatos Una noche, regresando a casa, vi a mis hijas preocupadas; una pariente había venido a pedir azúcar y se había llevado el poco que nos quedaba. Las tranquilicé diciéndoles que ella tenía más necesidad. Pocos minutos después llegó una persona conocida con uan bolsa llena de comida para nosotros, entre varias cosas dentro había el doble del azúcar que habíamos dado. Tiempo después con la primera ganancia que recibimos logramos comprar un par de zapatos para nuestra hija mayor. Un día regresando de la escuela me dijo que pensaba regalárselos a una compañera que tenía los zapatos rotos: “mamá nos ha enseñado que a los pobres les tenemos que dar las cosas mejores” – dijo. Sabiendo cuánto sacrificio nos habían costado, me quedé perpleja pero no sentí que podía contradecirla. Tres días después una señora nos trajo un par de zapatos nuevos del mismo número. Se los había comprado a su hija pero le habían quedado pequeños. Nuestra hija la miró sorprendida y feliz. Desde que tratamos de vivir la palabras de Jesús, experimentamos que Dios es Padre y nos lleva de la mano. (C.E. – México)
A cargo de Maria Grazia Berretta
(tomado de Il Vangelo del Giorno (El Evangelio del día), Città Nuova, año VIII, n.1, enero-febrero 2022)
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