La Palabra de Vida de marzo de 2022 nos invita a poner en práctica la frase que repetimos todos los días en el Padrenuestro: “Perdona nuestras ofensas, así como nosotros perdonamos a los que nos ofenden”. Pero ¿cómo podemos perdonar? Perdonar. Perdonar siempre. El perdón no es olvido, que en muchos casos significa no querer afrontar la realidad. El perdón no es debilidad, es decir, no tener en cuenta una ofensa por miedo a quien la cometió, que es más fuerte. El perdón no consiste en considerar que lo que es grave no tiene importancia, o tomar por bien lo que está mal. El perdón no es indiferencia. El perdón es un acto de voluntad y de lucidez –por tanto, de libertad– que consiste en acoger al hermano tal como es a pesar del daño que nos ha hecho, como Dios nos acoge a los pecadores a pesar de nuestros defectos. El perdón consiste en no responder a una ofensa con otra ofensa, sino en hacer lo que Pablo dice: “No te dejes vencer por el mal; antes bien, vence al mal con el bien”. (Rm 12, 21). El perdón consiste en abrir a quien te ofende la posibilidad de una nueva relación contigo, es decir, la posibilidad para él y para ti de reanudar la vida, de tener un porvenir en el que el mal no tenga la última palabra. (…) Por tanto, debes comportarte así ante todo con tus hermanos en la fe: en la familia, en el trabajo, en clase y en tu comunidad, si formas parte de alguna. Sabes que es normal querer compensar con una palabra o con un acto proporcionado la ofensa que uno ha sufrido. Y sabes que, por diversidad de caracteres, por nerviosismo o por otras causas, es frecuente faltar al amor entre personas que viven juntas. Pues bien, recuerda que solo una actitud de perdón, continuamente renovada, puede mantener la paz y la unidad entre los hermanos. Siempre tendrás tendencia a pensar en los defectos de tus hermanos, a recordar su pasado, a querer que sean distintos de cómo son… Es necesario que te acostumbres a verlos con ojos nuevos y a verlos nuevos en sí mismos, a aceptarlos siempre, enseguida y hasta el fondo, aunque no se arrepientan. Dirás: «Eso es difícil». Claro. Pero ahí está la belleza del cristianismo. Por algo sigues a un Dios que, mientras moría en la cruz, pidió perdón a su Padre para aquellos que le habían dado muerte. ¡Ánimo! Empieza una vida así. Te aseguro una paz jamás experimentada y una alegría desconocida.
Chiara Lubich
(Chiara Lubich, en Palabras de Vida/1, Ciudad Nueva, Madrid 2020, pp. 228-229)
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