La palabra de vida de agosto de 2022 nos pide perdonar siempre. Cuando nos presentamos delante de Dios –en la liturgia, en la oración– debemos estar en armonía con todos. Como dice el papa Francisco, no podemos ir a dormir si estamos en discordia con nuestros hermanos o hermanas. Dice Jesús, utilizando un lenguaje paradójico para subrayar la importancia ante Dios de la plena concordia entre los hermanos: si cuando vas a ofrecer tu sacrificio te acuerdas de que hay alguna discordia entre tu prójimo y tú, interrumpe tu sacrificio y ve primero a reconciliarte con tu prójimo. Pues la ofrenda del sacrificio – como es para los cristianos el participar en la Misa– sería un acto vacío de contenido si estamos en discordia con nuestros hermanos. El primer sacrificio que Dios espera de nosotros es que nos esforcemos por estar en armonía con todos. Con esta exhortación suya, el pensamiento de Jesús no parece presentar novedades sustanciales respecto al Antiguo Testamento (…) Pero hay una novedad, y consiste en esto: Jesús afirma que debemos tomar siempre la iniciativa para que la buena armonía sea constante, para que se mantenga la comunión fraterna. Y así lleva el mandamiento del amor al prójimo hasta su raíz más profunda. Pues Él no dice: «si te acuerdas de haber ofendido tú a un hermano», sino «si te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti». Para Él, el mero hecho de quedarnos indiferentes ante la discordia con el prójimo, aunque no seamos nosotros los responsables de esta sino los demás, es ya un motivo para no ser gratos a Dios, para ser rechazados por Él. Jesús quiere ponernos en guardia no solo contra las más graves explosiones del odio, sino también contra toda expresión o actitud que de un modo u otro denote falta de atención o de amor a los hermanos. (…) Tendremos que procurar no ser superficiales en las relaciones, sino rebuscar en los rincones más recónditos de nuestro corazón. También trataremos de eliminar la simple indiferencia, o cualquier falta de benevolencia, toda actitud de superioridad, de desinterés hacia cualquier persona. Normalmente intentaremos reparar un desaire o un arranque de impaciencia pidiendo disculpas o con un gesto de amistad. Y si a veces esto no parece posible, lo importante será el cambio radical de nuestra actitud interior. A una actitud de rechazo instintivo del prójimo debe sucederle una actitud de acogida total, plena, de aceptación completa del otro, de misericordia sin límites, de perdón, de compartición, de atención a sus necesidades. Si actuamos así, podremos ofrecer a Dios cualquier regalo que queramos y Él lo aceptará y lo tendrá en cuenta. Nuestra relación con Dios será más profunda y llegaremos a esa unión con Él que es nuestra felicidad presente y futura.
Chiara Lubich
(Chiara Lubich, en Palabras de Vida/1, Ciudad Nueva, 2020, pp. 295-297)
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