La intensa experiencia vivida por Jenny López Arévalo, responsable del Centro para Ancianos Chiara Lubich, en Lámud (Amazonía peruana). El relato de su encuentro con L. Un mañana, en mi oficina del Municipio donde trabajo, recibí un expediente pidiendo ayuda para internar a una adulta mayor en nuestro Centro. El expediente tenía sólo el nombre de la persona, L. y el número de documento. Pedí, por lo tanto, un informe más completo y un diagnóstico actualizado de su salud. Desde la Alcaldía del pueblo de origen me explicaron que la abuela era violentada en su propia casa. Ella, una persona vulnerable, con los brazos amoratados, imposibilitada de movilizarse y en un estado de abandono total. Como responsable de la Casa Hogar “Chiara Lubich”, pedí a las autoridades locales que agilizaran los trámites para alejarla de su casa y de su pueblo. El Juzgado tenía que dictar sentencia para que la anciana pudiera dejar ese lugar, sólo que el juez estaba de vacaciones… Decidí, entonces, ofrecer nuestra disponibilidad para acogerla enseguida, asumiéndome toda la responsabilidad. Llegamos a su pueblo luego de 7 horas por caminos dificultosos. La anciana estaba sola en su casita, dormida, parecía moribunda. Me acerqué y la llamé por su nombre, pero no respondía. Firmé, enseguida, el acta para poder trasladarla y esa noche la pasamos en un hospedaje. No pude dormir, mi mente y mi alma estaban puestas en lo que podía pasar. Me desperté temprano y ofrecí todos mis miedos en la oración. Al día siguiente pedí el apoyo de una asistente social para poder finalmente regresar a mi casa, con mis niñas, mi esposo y mis padres ancianos. Sin embargo, no se encontró la disponibilidad de una asistente social. Fue un momento difícil, pero decidí no desistir. La vida de L., atada a un hilo, dependía sólo de un pequeño esfuerzo. Y así pasó otro día. Le susurré a Martina: “Tú estás sufriendo como Jesús en la Cruz y yo estoy aquí contigo. Si tienes que partir al Cielo, lo harás acompañada”. Pasé la noche con ella y, al otro día, llegaron los médicos que la atendieron, la hidrataron, y sólo después la trasladamos a la Casa Hogar, donde la acogimos con todo el afecto. Se necesitaban 23 frasquitos de una medicina muy fuerte. Recorrí las farmacias de Lámud, hasta que llegué a una que me dijo que tenía, pero que no sabía qué cantidad tenía. Fue emocionante cuando la empleada trajo la caja y se puso a contar los frasquitos: ¡Eran exáctamente 23! Vi su cara de sorpresa: “Es así cuando uno anda con Dios”, le dije. Luego del largo viaje, Martina pudo descansar. Hace algunos días Dios la llamó. Partió serena, rodeada de afecto y recibiendo la unción de los enfermos. En el dolor, nos queda la alegría de haber amado a nuestra querida L. que tanto sufrió, y deja tras de sí una estela de amor y de oraciones de personas de todo el mundo que piden por ella. Su breve presencia llegó como un don y nos puso a todos en “puntas de pie”, con más confianza en Dios. Jenny López Arévalo (Lámud, Amazonas, Perú)
Edición: Gustavo E. Clariá
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