Podríamos considerar el tiempo actual como el tiempo de la ansiedad, en donde nadie se siente nunca a la altura de los requerimientos del mundo. Pero tenemos un Padre que nos llama a hacer grandes cosas, que pone su mirada en nosotros como lo hizo el día de la Creación. Es un Dios que apunta a ese núcleo indestructible de belleza que hay en cada uno y que nos invita a mantener los ojos abiertos ante las penurias de la persona que está a nuestro lado con el mismo amor que él tiene para con nosotros. Reparar el pasado Mis padres se divorciaron cuando yo era muy pequeña y mi padre tuvo cinco mujeres. De esos matrimonios sucesivos tengo dos hermanastros y dos hermanastras. Además, los padres de mi marido, ambos, son dependientes del alcohol. Hace algunos años, durante una grave dificultad que atravesaba mi familia, con mi esposo nos propusimos dar un poco de serenidad a nuestros parientes. De alguna manera era como si quisiéramos enderezar nuestro árbol genealógico. Desde entonces, con la oración y la creatividad del amor, a través de invitaciones a cenar o a fiestas, hemos constatado una real “curación” en ellos. Sin duda, todo lo que hacemos conlleva un gran esfuerzo, pero la providencia no nos falta nunca. Por ejemplo, habíamos organizado la fiesta de cumpleaños para una de mis hermanastras, pero en el último momento nos dimos cuenta de que nos habíamos preocupado por todos los detalles, menos por el regalo. Dios proveyó y solucionó el problema a través de una vecina. Ella había comprado para su hija una blusa muy bonita, pero le había resultado pequeña. Entonces pensó que le podría quedar bien a nuestra hija. Ahí estaba el regalo para mi hermana ganada. El talle y el color eran perfectos. Su reacción fue: “¿Cómo han sabido que deseaba tanto algo así?”. (E.S. – República Checa) Una mirada nueva sobre las cosas Somos una pareja de jubilados. Hace cuatro años nuestros vecinos de al lado se olvidaron de cerrar la bomba de agua de su jardín durante la noche. El resultado fue que nuestra planta baja se inundó, produciendo daños cuyas reparaciones alcanzaban a alrededor de nueve mil dólares. Sugerimos a nuestros vecinos que denunciaran el hecho a su Compañía de seguros para que los resarciesen, pero ellos se negaron, para evitar que con ello les aumentaran luego el costo del seguro. En ese momento sentí el impulso de denunciarlos, y para ello contaba con testigos creíbles. Sin embargo, luego, hablando entre nosotros mi esposa y yo decidimos perdonarlos. En estos cuatro años siempre los hemos saludado amablemente, intercambiando breves palabras. Dos días atrás se mudaron. Mientras los empleados de la empresa cargaban los muebles en el camión, nuestra vecina se acercó a mi esposa y le dijo: “Ustedes son personas muy buenas, en cambio nosotros les hemos hecho daño. Les pido perdón”. Tras esas palabras, el mundo nos pareció un poco más bello. (T.C. – Usa)
A cargo de Maria Grazia Berretta
(extraído de Il Vangelo del Giorno, Città Nuova, año IX – número 1- enero-febrero de 2023)
0 comentarios