El 6 de febrero de 2023, potentes sacudidas de terremoto impactaron a la Turquía meridional y central y a Siria. Una catástrofe que ha causado la destrucción de ciudades enteras, la muerte de miles de personas y muchísimos desaparecidos. Aquí ofrecemos algunos testimonios de los que están en esos territorios. “Ya el domingo 5 de febrero, por parte de las autoridades, había llegado la comunicación de que el lunes 6 los colegios permanecerían cerrados, porque se temía una violenta tormenta. Las temperaturas llegan a cero grados y se prevé para toda Turquía el período más frío del año”. Son las palabras de Umberta Fabris, del Focolar de Estambul, que con voz conmocionada cuenta en qué condiciones está viviendo el país una catástrofe que no tiene precedentes y que arreció en Turquía y Siria con una violencia inusitada, en la noche entre el 5 y el 6 de febrero. Las dimensiones de este terremoto son inimaginables. De hecho, en Turquía hay 10 provincias afectadas, 13 millones de personas involucradas y una violencia inaudita de temblores que aún continúan. Hasta el momento se calculan más de 14.000 víctimas, pero los números, a medida que se hacen las excavaciones, siguen aumentando. “Estambul se encuentra a alrededor de 1000 kilómetros de las zonas afectadas –sigue diciendo Umberta Fabris– pero aquí estamos rodeados de personas que tienen parientes allí, y las noticias les llegan a cuentagotas. Los celulares han quedado sin batería, no hay electricidad, los daños en las infraestructuras de las comunicaciones son enormes como en todas las demás cosas. Lo único que llega es algún mensaje sms o pocas palabras intercambiadas con una línea distorsionada. Lo más importante es tratar de tener alguna noticia, saber si todos contestan cuando se los llama. Les sucede también todo esto a nuestros amigos de las pequeñas comunidades cristianas de las ciudades de Antioquía, Mersin, Adana e Iskenderun”. En la tragedia, entre los escombros y el frío, el dolor acerca a los corazones de los hombres que uniendo sus fuerzas, combaten, nos sigue contando Umberta Fabris, que justamente desde Iskenderun se enteró del derrumbe de la Basílica de la Anunciación. En esa ciudad, en donde las viviendas se han vuelto inhabitables, dentro del Obispado se reúnen algunos católicos, ortodoxos y musulmanes que comparten lo que tienen y ofrecen un lugar en donde pasar la noche. “Impresiona ver a los miles de jóvenes que se han agolpado en el aeropuerto –nos dice– que están dispuestos a partir e ir a prestar auxilio. También hay filas interminables de personas que donan sangre o chicos del colegio secundario que se han puesto manos a la obra en varias actividades. Seguimos confiando en Dios y en su Santa Providencia y tenemos en el corazón también a la amada Siria.” Y justamente desde Siria llega la voz de Bassel, un joven de los Focolares: “También son días devastadores en mi ciudad, Alepo. El 6 de febrero nos despertamos aterrorizados y corrimos hacia las escaleras sin ver nada, por el corte de la luz. Nos detuvimos en la puerta de casa, en donde hay una imagen de un ángel custodio y rezamos; después encontramos un celular y encendimos una linterna. Yo no reconocía el cuarto: todo el suelo estaba roto, las paredes y los cerámicos agrietados, los vecinos bajaban a los gritos. Recogimos sólo lo que podíamos llevar en los bolsillos del pijama, nos pusimos los abrigos y bajamos bajo la lluvia con un frío tremendo”. Bassel pasó esa noche interminable en la calle, observando el derrumbe de las iglesias y las mezquitas. La luz de la luna mostraba la destrucción. A medida que las réplicas se hacían más leves, llegaban noticias de amigos que habían quedado debajo de los escombros y de edificios que se habían desmoronado por completo. “Somos un país que no está equipado para este tipo de desastres –nos sigue diciendo–. Entre los edificios colapsados se encuentran los siete pisos del Obispado de la Iglesia greco-católica melquita. Monseñor Jean-Clément Jeanbart, arzobispo emérito de Alepo, se salvó, mientras que el Padre Imad, mi amigo y nuestro maestro en el colegio desde cuando yo era pequeño, ha quedado debajo de los escombros”. Las personas hablan de sus casas como parte del pasado, mientras el frío lo hace todo más difícil. La Medialuna Roja y la Cruz Roja han efectuado acciones de censo de los presentes. “Yo –dice Bassel– participé con voluntarios y jóvenes scouts en la preparación y distribución de alimentos, y mantas para niños y chicos, pero no conseguí conciliar el sueño por las fuertes escenas que había visto”. Mientras las réplicas siguen derrumbando edificios, Bassel reflexiona: “Cuando oímos las noticias, y vemos a los principales países que envían especialistas, ayudas y equipos de auxilio a los países afectados, sufrimos porque constatamos que no pueden mandar nada a Siria por el embargo, como si no fuéramos humanos. Ahora hemos vuelto a casa, en donde Internet funciona mejor y estamos esperando el próximo temblor. Recen por nosotros, para que sigamos vivos, recen por los que han muerto, recen por los desaparecidos”.
Anna Lisa Innocenti y Maria Grazia Berretta
Para ayudas y donaciones, hacer click aquí.
0 comentarios