El 14 de marzo de 2008, hace 15 años, Chiara Lubich concluyó su vida terrena. Unos años antes, en una conexión mundial, citó el breve pero intenso versículo del Salmo 15 (16) “Tú eres, Señor, mi único bien” e invitó a las comunidades del Movimiento de todo el mundo a acercarse a esta oración dándole centralidad en su vida cotidiana. Gracias, gracias: en la Conexión se experimenta realmente el amor que va y el amor que vuelve, con vuestra gratitud siempre explícita y vuestra correspondencia. […] En algunas circunstancias, decir con renovado ímpetu y con total adhesión de la mente y del corazón: Tú eres, Señor, mi único bien, es también una oración excelente. De hecho, todos nos damos cuenta de que, a veces, cuando estamos trabajando, escribiendo, hablando, cuando estamos descansando o mientras hacemos cualquier otra cosa, puede infiltrarse algún apego, aunque sea leve, a nosotros mismos, a las cosas, a las personas… Y permitirlo es un gran daño para la vida espiritual. San Juan de la Cruz dice: “¡Qué importa que el pájaro esté atado a un hilo o a una cuerda! Por muy delgado que sea el hilo, el pájaro quedará atado igual que a la cuerda, hasta que no logre romperlo para volar. Lo mismo vale –sigue diciendo para el alma apegada a algo: a pesar de todas sus virtudes no llegará nunca a la libertad de la unión con Dios». Por eso, en tales circunstancias es necesario intervenir inmediatamente, y nada ayuda más – es una experiencia mía, reciente– que volver a decirle a Jesús Abandonado: Tú eres, Señor, mi único bien. El único. No tengo otros. Creo que es una oración importantísima y muy grata a Dios. Nos ayuda a no empolvarnos con las cosas terrenas. Y cuando la vivimos quedamos admirados – a mí me ha pasado y me pasa siempre– de cómo ese adjetivo: “único” (Tú eres, Señor, mi único bien) le da un solemne viraje a nuestra vida espiritual, cómo la endereza rápidamente, como si fuese la aguja segura de la brújula de nuestro camino hacia Dios. Este modo de actuar, además, está muy de acuerdo con nuestra espiritualidad, en la cual prevalece el aspecto positivo: vivimos el bien y así desaparece el mal. De hecho, no estamos tanto llamados a desapegarnos de algo –de nosotros mismos, de las cosas o de las personas–, cuanto a llenarnos de algo –el amor a Él, nuestro todo–. A nosotros no nos gustan los no, sino los sí. Y esta oración: Tú eres, Señor, mi único bien, es un modo maravilloso para vivir como verdaderos cristianos que aman a Dios con todo el corazón, con toda el alma, y no a medias. Y también es un modo sublime para prepararnos a cada encuentro con Él en sus inspiraciones cotidianas, así como servirá para el gran encuentro con Él cuando, al alba del día eterno, lo único que tendrá valor en nuestro corazón será el amor a Dios y, por Él, a los hermanos. Tú eres, Señor, mi único bien: ¡Cuánta sabiduría, cuánta sapiencia, cuánta luz, cuánta fuerza, cuánto amor, cuánta perfección en estas breves palabras! Que el Señor nos ayude a experimentar toda su potencia.
Chiara Lubich
(Chiara Lubich, Conversazioni in collegamento telefonico, Città Nuova, 2019, pp. 630-632) https://youtu.be/fNCVZ7c4opo
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