“Les aseguro que cualquiera que dé de beber, aunque sólo sea un vaso de agua fresca, a uno de estos pequeños por ser mi discípulo, no quedará sin recompensa” (Mateo 10,42) es la Palabra de vida de este mes y es la misión a la que cada uno de nosotros, exactamente como los discípulos, está llamado. Ser testigos creíbles del Amor de Cristo, en la concreción de esos gestos que son parte de nuestra cotidianidad; un Amor circular, que con alegría se da y con sorpresa se recibe en abundancia. En el estacionamiento En el estacionamiento encontré abollado el coche nuevo que me había prestado mi padre. ¿Qué tenía que hacer? Apenado por el dolor que le iba a ocasionar, pensaba en cómo afrontar el gasto para hacerlo reparar. En ese momento veo pegado al tablero un imán que decía: “… dejen en él toda preocupación, porque él los cuida”. Intenté hacerlo y de golpe sentí la paz, lo que necesitaba para entender cómo proceder. Aún absorto en ese pensamiento, oigo que golpean en la ventanilla. Una señora me pide para hablar. Era ella la que había golpeado mi coche y se había marchado, pensando que podía escaparse de las consecuencias; pero el remordimiento la había hecho volver. Entonces, además de darme su número de teléfono, ofrecía su disponibilidad para resarcir el daño. Sorprendido y agradecido le conté que había encontrado la paz leyendo esa frase escrita en mi tablero. Ella se quedó pensativa y me dijo: “Ha sido él sin duda el que me ha hecho volver”. (Z.X. – Croacia) El sitio justo Cuando me transfirieron a la Unidad de Cuidados Intensivos me di cuenta de que mi misión de médica se pondría a la prueba, y al mismo tiempo sentía que ése era “mi” lugar. Durante todos los años de mi profesión, no me había tocado trabajar aún en un sector de esas características, en donde todos los días el dolor de la gente se presenta de las maneras más trágicas: accidentes graves, problemas neurológicos… y en general personas jóvenes. Dicho en pocas palabras: no me sentía segura de estar a la altura. Pero me daba fuerza la idea de ponerme al servicio de Jesús que se identificaba con ellos: “A mí me lo han hecho”, había dicho. Tras seis meses de trabajar en ese sitio, la dirección del hospital me propuso como responsable de ese sector. La motivación del cargo: mi capacidad de integración con mis colegas, mi actitud de calma y paz, mi comportamiento profesional. Al día siguiente, estando en la capilla, le agradecí a Jesús; habían sido sus palabras las que habían hecho de mí lo que los otros necesitaban, sobre todo allí, en ese sitio. (J.M. – España) El examen Estaba preparando un examen difícil de la universidad cuando pasó a verme en la residencia un amigo que pasaba por un momento complicado con su novia. Lo recibí con calidez y mientras le preparaba la cena nos pusimos a hablar. El pensamiento del examen me atosigaba y trataba de dejarlo de lado para poder concentrarme en la escucha de mi amigo. Él estaba tan alterado y dolorido que no se daba cuenta de que el tiempo pasaba y era hora de ir a dormir. Al final, le ofrecí mi hospitalidad por la noche. Era muy tarde y ni siquiera tenía fuerzas como para abrir el libro. A la mañana siguiente me despertó una llamada telefónica. Un compañero me avisaba que me estaban esperando para el examen. Todavía medio dormido, me preparé rápidamente para salir, mientras mi amigo seguía durmiendo. ¡Habría imaginado cualquier cosa menos aprobar ese examen! Contentísimo, volví a mi casa y encontré un mensaje escrito en un papel: “No sé cómo agradecerte. Me demostraste que valgo. Me diste mucha fuerza. Yo también quisiera estar totalmente disponible para los demás”. (G.F. – Polonia)
A cargo de María Grazia Berretta
(extraído de Il Vangelo del Giorno, Città Nuova, año IX – número 1, julio-agosto de 2023)
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